jueves, 6 de abril de 2017

"EL EXTRANJERO" DE ALBERT CAMUS: INDIVIDUALISMO, LIBERTAD, SOLEDAD Y MUERTE

EL EXTRANJERO DE ALBERT CAMUS: INDIVIDUALISMO, LIBERTAD, SOLEDAD Y MUERTE[1]



ÓSCAR ROBLES




      En una habitación que compartía con varios amigos, una especie de falansterio ubicado en París, Francia, Albert Camus (1913-1960) escribiría El Extranjero (1942), la novela que le daría fama en toda Francia durante la posguerra. Noche a noche, cuando sus compañeros dormían, el escritor francés se ponía a trazar la dramática historia de Meursault, el personaje taciturno, modelo del hombre contemporáneo, cuyo destino final será la muerte, esperada en la soledad de una cárcel. En especial, Meursault encarna el individualismo y la búsqueda de la libertad y asume la muerte como destino final.
          Considerada por los críticos como la primera novela existencialista, El extranjero trasluce las angustias, temores y reflexiones del Camus pensador, quien tuvo una experiencia vital muy rica, pues fue dramaturgo, futbolista y periodista combativo. Tal vez por ello el personaje principal no expone elucubraciones pesadas y oscuras, sino que discurre con abierta sencillez sobre el absurdo de la vida abordando una cotidianidad asfixiante con desolación y desesperanza. En este sentido, es un personaje plenamente existencialista.
       En la trama de la novela, Meursault se encuentra en un asilo de ancianos en Argel [Argelia], para sepultar a su madre, quien había estado recluida en ese lugar. No siente gran pesar por el deceso. Desde el inicio, el protagonista, narrador único de la obra, muestra dos rasgos: 1) La actividad reflexiva no sofocada por un “manantial” de ideas y conceptos, sino ligada directamente a la realidad y a su vivencia personal; 2) y la constante percepción sensorial de la realidad objetiva, originada en su actitud hedonista y en su fastidio cotidiano.
          Con una precisión y claridad en las frases, Meursault-Camus describe el ambiente solitario del asilo y la triste y enjuta figura de los ancianos. Así, detalla este rasgo significativo: “Me llamaba la atención no ver los ojos en los rostros, sino solamente un resplandor sin brillo, en medio de un nido de arrugas” (Camus 15). Asimismo, relata el camino hacia el panteón, en medio de un sofocante sol. Al encontrarse con los ancianos del asilo, Meursault siente la premonición de su fatídico destino: “Por un momento tuve la ridícula impresión de que [los ancianos] estaban allí para juzgarme” (15).
      Tras la muerte de la madre, Meursault se reincorpora a su rutina. Entonces, vuelve a su trabajo diario, se baña en el mar y se encuentra con María Cardona, una amiga con la que reanuda una relación amorosa que se verá truncada cuando el personaje narrador asesina a un árabe argelino. En su retorno a la vida diaria, no siente la ausencia de la anciana madre, es introvertido y de espíritu solitario. Con fría resignación acepta la muerte de ella:
Eché los cristales y, al volverme, vi por el espejo un extremo de la mesa en el que estaban juntos la lámpara de alcohol y unos pedazos de pan. Pensé que, después de todo, era un domingo de menos, que mamá estaba ahora enterrada, que iba a reanudar el trabajo y que, en resumen, nada había cambiado (Camus 31).

       El protagonista aspira a la libertad como algo natural del ser humano. Es una libertad en el sentido amplio en la vida. Por ello, vive solo en un departamento y está completamente desligado de los dogmas religiosos, pues es un convencido ateo; por este motivo, también se deja llevar por sus impulsos sensuales y no le importan los atavismos morales de la sociedad en la que vive en una población de Argelia.
        Pero su sentido de la libertad no le proporciona la satisfacción plena. Entonces, su drama es ser indiferente a las normas sociales ya agotadas por la tradición cultural de la región y por los prejuicios morales de la gente. Para Meursault la vida no tiene sentido, empero hay que vivirla con un estoicismo a veces reconfortado por los placeres momentáneos: Bañarse en el mar bajo el ardiente sol, caminar por la arena, conversar con los amigos, acariciar a María, todas ellas experiencias hedonistas ya reflejadas en sus primeros cuentos de juventud publicados en el volumen El exilio y el reino (1957), en los cuales aparece el ambiente de las playas argelinas.
       Así, la primera mitad de la novela transcurre en la cotidianidad. Por ejemplo, Meursault relata la extraña relación que llevó el viejo Salamano, su vecino, con un perro sarnoso durante todos los días. En particular, el anciano insulta a cada rato al pobre animal, como si ése fuera su único consuelo en la vida.
       La vida del angustiado personaje cambiará al entablar relación con Raimundo, otro de sus vecinos. Un día, este hombre golpea brutalmente a su propia amante, una mujer de origen árabe. Como consecuencia, el hermano de la mujer víctima será la causa de un enfrentamiento. Meursault, Raimundo y María se dirigen a una cabaña situada en los arrabales de Argel, donde tienen problemas con unos árabes. Entre estos hombres, se encuentra precisamente el hermano de la mujer vapuleada por Raimundo. El desenlace es fatal: Meursault mata a balazos a uno de los contrincantes, quien aparentemente lo había amenazado con cuchillo, en medio de un reverberante sol de la playa. El propio narrador protagonista describe así este episodio lamentable:
Todo mi ser distendió y crispé la mano sobre el revólver. El gatillo cedió, toqué el vientre pulido de la culata y allí, con el ruido seco y ensordecedor, todo comenzó. Sacudí el sudor y el sol. Comprendí que había destruido el equilibrio del día, el silencio excepcional de una playa en la que había sido feliz. Entonces, tiré cuatro veces sobre un cuerpo inerte en el que las balas se hundían sin que se notara. Y era como breves golpes que daba en la puerta de la desgracia. (Camus 72).

       Con este trágico y violento evento, Meursault empieza el calvario de la cárcel y su enfrentamiento con una sociedad a la que mira con indiferencia y contra la cual lucha por mantener la fe en la vida, aunque ésta le parezca absurda. Entonces, la prisión le despertará una conciencia lúcida sobre el destino final. En su desilusión por la vida, se confiesa ateo, recibe la visita de un abogado defensor y describe la terrible soledad de la cárcel: “Reconocí qué era lo que resonaba desde hacía muchos días en mi oído y comprendí que durante todo ese tiempo había hablado solo. . . No, no había escapatoria y nadie puede imaginar lo que son las noches en las cárceles” (Camus 93-94).
   Ahora la conciencia del protagonista oscilará entre un nostálgico sentimiento de libertad encarnado en los deseos de bañarse en las tibias agua del mar, la resignación a su trágico destino final y las angustias y reflexiones sobre su inminente suerte. Imagina su propia muerte: “Trataba de construir el segundo determinado en que el latir del corazón no se prolongaría más en mi cabeza” (Camus 131).
          Finalmente, el escritor Camus expone algunos aspectos existenciales de la lucha entre el individuo y la sociedad y manifiesta una fuerte crítica a los procesos judiciales de Argelia. Entonces, la novela desnuda a una sociedad tradicionalista, pues su personaje se enfrenta a un mundo sin sentido, cuya máxima expresión es el absurdo juicio a que es sometido, utilizando criterios que nada tienen que ver con los detalles objetivos del asesinato. Así, los jueces analizan la conducta moral del presunto homicida mostrada antes del crimen, su actitud ante el entierro de su madre en el cementerio y censuran su marcado ateísmo. Sin atender a las estrictas razones personales del criminal, la justicia soslaya el examen objetivo del asesinato y dicta la funesta sentencia. Sin embargo, el abogado defensor de Meursault objeta el dramático veredicto: “En fin ¿se le acusa de haber enterrado a su madre o de haber matado a un hombre?” (Camus 111). También, el propio acusado expresa su desconcierto ante la fatal decisión.
       De este modo, la condena en el injusto juicio es la muerte. Meursault ya nada tiene que hacer sino esperar la ejecución. En la celda sólo recibe al sacerdote en varias ocasiones, pero en todas rechaza el arrepentimiento cristiano y reafirma su ateísmo. Entonces, el acusado se resigna. En la lucidez de sus últimos momentos, piensa con sencillez que la vida y la muerte son las únicas verdades auténticas y acepta que la vida ya no vale la pena ser vivida. El personaje de Camus ha captado su propio y verdadero drama que es el drama del hombre contemporáneo presa de angustias, absurdos y temores y víctima de la insensibilidad de la sociedad occidental del siglo XX: “Me abría por primera vez —razona Meursault— a la tierna indiferencia del mundo” (Camus 142).
      ¿Por qué seduce la personalidad de Meursault a los lectores? Quizá porque en muchas ocasiones nos sentimos “extranjeros” en la sociedad como el protagonista de El extranjero y en el fondo de nuestra conciencia aspiramos a una libertad plena que no nos atrevemos a buscar por el miedo a romper un orden social lleno de atavismos y costumbres muy tradicionales y absurdas. También, se observa en la novela que Meursault es un hombre al que no le importa la sociedad. A pesar de su desencanto por la vida, se siente uno fascinado por su concentrada individualidad y su búsqueda de la libertad. Atrae su personalidad porque en verdad es una especie de héroe trágico condenado a morir en medio de las contradicciones y absurdos de una sociedad implacable que lo enjuicia arbitrariamente, sin atender a su interioridad y a sus motivaciones verdaderas: No mató al árabe por crueldad, sino por un movimiento involuntario de autodefensa, cegado por el incandescente sol. Por esta razón, la novela representa la moderna gesta del individuo contra la sociedad que coarta su libertad y no le concede auténtica justicia y profesionalismo en los jueces.
    Frente a estos hechos trágicos e injustos, Meursault sufre un tedio existencial y vive suspendido entre la total indiferencia hacia el mundo y los placeres terrenales y sencillos, los cuales son los únicos eslabones que lo sostienes en la vida. En verdad, no espera nada de la sociedad y sólo le complace su afán hedonista: Disfruta del mar, del amor de María, de los amigos como Raimundo y de las comidas y bebidas [un poco de vino, carnes embutidas]. Sin embargo, la extrema soledad lo adormece como individuo. Con la cárcel y la muerte, enfrenta la soledad máxima y la intensificación de su angustia existencial.
   Albert Camus (1913-1960) fue cuentista, dramaturgo, ensayista y novelista. Entre sus volúmenes de cuentos destaca El exilio y el reino (1957). Son muy significativas las obras de teatro Calígula (1944), Estado de sitio (1948) y Los justos (1950). Como pensador existencialista, El mito de Sísifo (1942) y El hombre rebelde (1951) son ensayos claves. Finalmente, sus novelas más importantes son El extranjero (1942), La peste (1947) y La caída (1956). Obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1957, entre otras distinciones literarias.




Obras citadas
Camus, Albert. El extranjero. Estado de sitio. México: PROMEXA, 1979.        




[1] Esta reseña crítica fue publicada originalmente bajo el título de “De cómo Meursault se convenció de que la vida no lo merecía”. Apareció en dos espacios culturales: 1) En la sección cultural Pro-logos, suplemento cultural de Novedades de Chihuahua (2 febr. 1986: 4); 2) la revista Azar (diciembre 1990: 15-18). La presente es una versión corregida y aumentada para ofrecerla a los amables lectores de mi Blog.

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