miércoles, 28 de junio de 2017

STEPHANE MALLARME: UN ESTETA DE LA PALABRA, UN SONADOR Y UN CREADOR DE SIMBOLOS

STÉPHANE MALLARMÉ: UN ESTETA DE LA PALABRA, UN SOÑADOR Y UN CREADOR DE SÍMBOLOS[1]




ÓSCAR ROBLES





          A pesar de tener una existencia sencilla como humilde maestro de inglés, Stéphane Mallarmé realizó una labor muy original como poeta. Creó poemas sutilmente oscuros, le dio una sonoridad más intrínseca a la palabra en los versos y dotó de un extraño poder mágico y ensoñador a los poemas, bajo la estética del Simbolismo. Buscaba en sus poemas el sueño y la evasión hacia el Azur y enfrentaba el hastío o Ennui y el miedo al abismo o Gouffre. Fue, en suma, un pulido esteta de la palabra y un creador de símbolos y metáforas muy originales en torno al proceso creador de la poesía y a otros temas. He aquí un sencillo retrato de personaje del poeta simbolista francés.
          En especial, los sentidos de cada poema se corresponden por medio de “enlaces nupciales” entre un símbolo central y una red de metáforas finas y preciosistas. Entonces, sus poemas se pueblan de hadas, flores, faunos, ángeles, vírgenes, astros, jardines, objetos artesanales delicados y otros elementos refinados. Cada palabr es delicada y dota de encanto a las otras en cada frase y en cada verso y, como consecuencia, se producen una serie de sensaciones muy placenteras. He aquí en el poema “Aparición[2] un claro ejemplo de esta poesía refinada, con elementos fantásticos y objetos y situaciones iluminadoras y ensoñadoras: “Y creí ver un hada del casco refulgente / que cruzaba mis éxtasis de niño preferido, / dejando siempre, de sus manos entrecerradas, / nevar blancos racimos de estrellas perfumadas” (Mallarmé 10). Como se puede ver, las metáforas de este poema son deliciosas y delicadas. Cierra este poema con una delicada sinestesia, es decir, con una metáfora que mezcla imaginariamente las sensaciones humanas de la visión y el olor. De esta manera, las estrellas como elementos visuales poseen perfume, un elemento del olfato. A la vez, las estrellas se juntan como ramilletes de flores y caen como nieve sutil y deliciosa. En conjunto, este fragmento evoca todo un ensueño, una fantasía y una visión mágica llena de objetos de suprema belleza.
          Por otro lado, Mallarmé estaba poseído de un espíritu solitario propio del creador y del soñador y sufría del hastío y el miedo al abismo. En particular, incorporó a su arte la influencia de dos artistas malditos o poetas del delirio por la muerte, quienes atravesaron por similares conflictos personales y un marcado rechazo a la sociedad capitalista del siglo XIX. Estos dos escritores fueron el poeta romántico norteamericano Edgar Allan Poe (1809-1849) y el parnasiano y simbolista francés Charles Baudelaire (1821-1867). En especial, Mallarmé tradujo algunos poemas de Poe del inglés al francés y escribió “La tumba de Edgar Poe” como un homenaje a la figura de este poeta maldito de la Literatura Estadounidense.
Así pues, esta doble influencia literaria fue fundamental en la inspiración poética de Mallarmé. En particular, estos dos poetas le heredaron el tedio de vivir. A lo largo de su vida, su drama poetico fue no encontrar la palabra perfecta, la palabra mágica. En el poema “Brisa marina”, el poeta simbolista se queja así del tedio de la vida: “La carne es triste ¡ay! y he leído todos los libros” (Mallarmé 6). Esencialmente, este solo verso encierra el gran drama estético que vivió en toda su vida: La búsqueda del sueño a través de la soledad, el silencio y la reflexión. En su afán por encontrar esa extraña e ideal esencia estética, tuvo accesos de neurastenia por explorar tanto la poesía hasta los niveles de una experiencia casi mística. Asimismo, padeció la invasión constante del “fantasma” de la esterilidad poética o el no poder crear más poemas. Entonces, su única obsesión en la vida era encontrar las palabras únicas y los versos de gran musicalidad.
          La poesía debe dar paso a la imaginación y la fantasía, según Mallarmé. De este modo, la mente debe crear imágenes constantes. Para el poeta simbolista francés, se debe suprimir una parte del goce de un poema, pues el verdadero placer artístico se concentra en adivinar poco a poco los sentidos de todo el conjunto de versos. Entonces, las palabras están envueltas en un sutil velo de sueños y la realidad objetiva y cotidiana actúa como un verdadero elemento contaminante del ensueño verbal. Para leer poemas se necesita soñar, de acuerdo a la visión de Mallarmé.
          Asimismo, la vocación poética de Mallarmé se orienta a dar una gran sonoridad musical a las palabras y a los versos, para devolverles la “virginidad” a ellas. Las hace “copular” con sonidos y sentidos en varios de sus poemas hasta lograr connubios más sutiles y encantadores y crear textos de verdadero “erotismo” verbal.
          Por todo ello, el poeta simbolista francés posee un pensamiento muy laborioso. Con esta mentalidad trata de captar las esencias con ideas que se extienden entre las metáforas. Busca atrapar las fantasías dinámicas para congelarlas en las palabras y hacer de ellas como una suave escarcha que se derrama sobre el alma de los lectores. Sus poemas son una auténtica alquimia verbal, en la que las palabras se unen por apenas perceptibles “astillas”. En el citado poema “Aparición”, el paisaje natural se nutre de elementos fantásticos y refinados y el poeta crea una serie de personificaciones que construyen un mundo de sueños: “¡La luna se afligía. Dolientes serafines / Vagando —ocioso el arco— en la paz de las flores / Vaporosas, vertían de exánimes violines / Por los azules cálices blanco lloro en temblores.” (Mallarmé 10).
          Asimismo, el esteticismo de la poesía de Mallarmé se nutre también de la elegancia del vocabulario. Entonces, las palabras cultas y finas se corresponden con la delicadeza y la originalidad de las imágenes poéticas y la musicalidad del verso. Aflora la suprema finiscencia de la poesía culta y simbolista en este ejemplo pleno de palabras bellas y delicadas e imágenes que transportan a otro sueño con personajes cristianos. En el poema “Santa[3], el léxico cultista dota de encanto y suprema delicadeza a la visión fantástica de una solitaria y “pálida Santa". En especial, la fina y profunda metáfora del final culmina la plenitud de la belleza de la escena solitaria. La Santa se halla frente a la ventana de su habitación y posee un viejo libro y una viola. La aparición de un ángel la inspira a tocar el instrumento de cuerdas. El hablante poético es impersonal y muy refinado y describe así el final de la santa y artística escena: “Roza el vitral de ese ostensorio el arpa alada de algún Ángel creada en el vuelo vespertino para el primor de su falange. Y deja el sándalo y el libro, y acariciante pasa el dedo sobre el plumaje instrumental la tañedora del silencio (Mallarmé 15).
          En armonía con esta suprema poesía refinada, el poeta Mallarmé era un exquisito conversador en las tertulias a las que acudían poetas e intelectuales europeos y estadounidenses. Este carácter exquisito de sus pláticas converge con una sensibilidad muy refinada. Era todo un caballero de modales precisos y distinguidos. En especial, su voz era cálida, vibrátil y enigmática como la de Hamlet, el personaje trágico del drama homónimo del inglés William Shakespeare. Hamlet era su personaje predilecto, tal vez por ser un meditativo y angustiado personaje masculino.
Sin embargo, el alma delicada de Mallarmé siempre fue presa de una cierta melancolía y un tedio existencial, según se observa en varios de sus poemas. De este modo, aparecen constantemente el hastío o “Ennui”, el abismo o “Gouffre” y el cielo azul e ideal o “Azur”. Esencialmente, su vida está muy marcada por ese choque entre la tosca realidad social engendrada bajo el capitalismo finisecular y sus aspiraciones de crear una poesía altamente ensoñadora y delicada. En general, los poetas parnasianos y simbolistas franceses y aun los modernistas hispanoamericanos vivían como verdaderos “artistas malditos” y poetas muy  aristocratizantes, en abierto choque con las realidades sociales del capitalismo europeo, altamente estratificadas y de costumbres más comunes y hasta vulgares. Este fenómeno social y cultural del fin del siglo XIX es estudiado ampliamente por el uruguayo Ángel Rama en el ensayo “La democratización enmascaradora del tiempo modernista[4].
Por este choque entre artistas refinados y sociedad capitalista, la melancolía es propia de los poetas románticos y simbolistas. En el famoso poema “Brisa marina[5], Mallarmé expresa este central drama del poeta y su subjetividad mediante la confrontación entre el sueño y las emociones negativas. Entonces, surge la nostalgia como un deseo de huir simbólicamente y apartarse de la realidad objetiva:
Partiré ¡Steamer que balanceas tu arboladura, / Leva ya el ancla para la exótica aventura! / Un Tedio, desolado por crueles esperanzas / Cree aún en el supremo adiós de los pañuelos, / Aunque, tal vez, los mástiles que invitan huracanes / Son aquellos que el viento doblega en los naufragios / Perdidos, sin mástiles, sin mástiles ni fértiles islotes. . . / ¡Mas, oh corazón mío, escucha la canción de los marinos!  (Mallarmé 6).
Como puede  verse, el hablante lírico es personal y melancólico y tiene miedo del viaje hacia otros destinos que pueden ser reales o imaginados. Este simbolismo naval también aparece en el poema “Saludo”.
          Finalmente, su fino esteticismo de la palabra y sus poderosos y originales símbolos y metáforas convergen con otras artes. De esta manera,  su poesía y hasta su biografía misma están profundamente ligadas a la música y a la pintura.[6] En medio de esta ensoñación de su poesía, la música y la pintura nutren de imágenes prodigiosas una buena parte de sus poemas y, por ello, aparecen piezas de las artes plásticas  e instrumentos de música en sus versos. Los poemas “La Santa” y “Cansado del amargo reposo” son un buen ejemplo del uso de algunos elementos de la música y la pintura.
          Stéphane Mallarmé (1842-1898) fue un poeta simbolista que influyó mucho en la poesía occidental y en la música europea contemporánea, Diversos lingüistas del siglo XX siguieron la misma obsesión por el lenguaje sugerente y cultista que impuso en sus poemas este fino poeta francés de fines de la segunda mitad del siglo XIX. En especial, Paul Verlaine lo considera como el gran maestro del Simbolismo francés. Mallarmé fue todo un maestro para los poetas modernistas hispanoamericanos y para el francés Paul Valéry y el estadounidense Thomas Stearns Eliot, especialmente. Los mexicanos Alfonso Reyes, Octavio Paz y Salvador Elizondo lo admiraron profundamente, lo mencionan en algunos de sus ensayos y estudios y tradujeron algunos de sus poemas. Entre los grandes poemas de Mallarmé, se incluyen “La Herodíada” (1864) y “La siesta de un fauno” (1865).
          Finalmente, Stéphane Mallarmé fue un poeta refinado y angustiado, un artista muy estetizante y muy obsesionado por escribir poemas perfectos, llenos de metáforas y símbolos, con un vocabulario elegante y de gran musicalidad. Fue un soñador, un luminoso y riguroso esteta de la palabra.





Obras citadas
Mallarmé, Stéphane. La siesta de un fauno y otros poemas. Elaleph.com, 1999.





[1] Este texto fue publicado originalmente en Cosecha, sección cultural de El Heraldo de Chihuahua (11 nov. 1979: C1+) de la ciudad de Chihuahua, bajo el título de “Esteban Mallarmé: un esteta de la palabra”. La presente es una versión corregida, aumentada y con diferente título para brindarla a los amables lectores de mi Blog.
[2] Traducción de Alfonso Reyes.
[3] Traducción de Mauricio Bacarisse.
[4] Este ensayo aparece en el libro de Rama La crítica de la cultura en América Latina (Barcelona: Biblioteca Ayacucho, 1985. 117-128). Los gentiles lectores pueden consultar en mi Blog el artículo “El modernismo hispanoamericano en La democratización enmascaradora del tiempo modernista” de Ángel Rama”, el cual fue publicado el jueves 17 de marzo de 2016.
[5] Traducción de Salvador Elizondo.
[6] El pintor impresionista francés Édouard Manet plasmó la imagen del poeta soñador en la pintura al óleo “Retrato de Stéphane Mallarmé” (1876), donde aparece muy meditativo, sentado cómodamente en un sillón, junto a una mesa donde descansa un libro. En tanto, el francés Claude Debussy compuso la deliciosa y sensual pieza “Preludio a la siesta de un fauno”, la cual fue  inspirada en el poema “La siesta de un fauno” del propio Mallarmé.

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