martes, 22 de marzo de 2016
jueves, 17 de marzo de 2016
jueves, 10 de marzo de 2016
EL MODERNISMO HISPANOAMERICANO EN "LITERATURA PURA (1890-1920)" DE PEDRO HENRIQUEZ URENA
EL MODERNISMO HISPANOAMERICANO EN “LITERATURA PURA
(1890-1920)” DE PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA[1]
ÓSCAR ROBLES
“Literatura pura [1890-1920]” es el
capítulo VII del famoso y clásico libro Las corrientes literarias en la América
Hispana de Pedro Henríquez Ureña.[2] Particularmente,
esta sección se centra en la descripción de la corriente literaria del
Modernismo hispanoamericano, a partir del análisis conciso y breve de los
siguientes factores: 1) Su contexto socio-histórico: El liberalismo económico y
sus repercusiones en la vida intelectual; 2) sus principales autores y obras:
Los “adalides” o escritores clave como enfoque central; 3) sus géneros
literarios, incluyendo la filosofía; 4) sus rasgos histórico-literarios; 5) su
ubicación geográfico-temporal (extrañamente, lo “hispánico” en América incluye
Brasil); 6) y su significación en el mundo occidental (España y Francia,
especialmente).
En general, la concepción
historiográfica que predomina en todo el libro de Henríquez Ureña es “el
criterio generacional”, es decir, la organización en grupos de escritores
pertenecientes a una misma generación. La base de “el criterio generacional”
son periodos de treinta años, de acuerdo al filósofo español José Ortega y
Gasset (1883-1955). Por este motivo, el periodo de treinta años (1890-1920)
aparece en el título de la citada sección del libro cimero del escritor
dominicano. Este periodo corresponde, básicamente, a la primera y a la segunda
generaciones modernistas. Por ejemplo, la primera generación modernista está
compuesta por los cubanos José Martí (1853-1895) y Julián del Casal
(1863-1893), el mexicano Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895), el colombiano
José Asunción Silva (1865-1896) y por el nicaragüense Rubén Darío (1867-1916).
En suma, el capítulo VII de Las corrientes literarias es una historia de
generaciones y de “adalides” de la poesía, de la narrativa y del ensayo
modernistas.
Especialmente, la práctica
historiográfica de Henríquez Ureña en el citado capítulo es una revisión muy
crítica del enfoque positivista que dominaba en las décadas de los treinta y de
los cuarenta, como señala Grínor Rojo.[3] En
general, el Positivismo postula que el espíritu humano debe sacar verdades
solamente “de la observación y de la experiencia” (“Positivismo”).[4] En
particular, el criterio de verdad del Positivismo francés era muy limitado y
por eso se dieron diversas críticas y revisiones a principios del siglo XX. De
este modo, la historia citada de Henríquez Ureña fue una de las obras de su
género que despertó el gusto por los “criterios generacionales”, junto con los
estudios del cubano José Antonio Portuondo[5],
durante las décadas de los cincuenta y de los sesenta en Hispanoamérica.
El título descriptivo del capítulo VII
hace referencia a la práctica de “la literatura pura” por parte del Modernismo.
Esta corriente literaria es, precisamente, la primera gran contribución de
Hispanoamérica a la literatura mundial. El Modernismo predomina entre 1890 y 1920.
En dicho capítulo, Henríquez Ureña propone una visión más abarcadora de la
literatura hispanoamericana moderna, más allá de lo que ha sido llamado
tradicionalmente como “la literatura pura”. Por esta razón, el dominicano
también analiza el papel del Positivismo en el ensayo y en la narrativa y el
teatro regionalistas.
En este examen historiográfico, el
escritor dominicano muestra las dotes características de su gran estilo de
escritura, tales como la concisión y la mesura, el equilibrio y la profundidad.
Estos cuatro rasgos esenciales también están presentes en el brillante ensayo “Utopía
de América” y en el libro Seis ensayos en busca de nuestra expresión (1928)
del propio Henríquez Ureña. Gracias a estos rasgos, el historiador evita el
caos y la aglutinación de nombres y obras, de semblanzas biográficas y de
análisis de textos; expone otras fuentes bibliográficas y una serie de notas
para cada capítulo, justo al final del libro; y, finalmente, incorpora más
información sobre otros autores y obras “menores” que no tienen espacio en los
análisis literarios del capítulo VII. Asimismo, estas notas de cada capítulo
revelan una gran documentación y un gran conocimiento de las literaturas
iberoamericana, europea y estadounidense. Finalmente, estas acotaciones demuestran,
sobre todo, la extraordinaria profundidad de la investigación de Henríquez
Ureña en torno a las corrientes literarias de la América Hispana y, en
especial, sobre el Modernismo.
El capítulo VII no plantea un aparato
teórico-conceptual, ya que su intención, ante todo, es hacer historia con la
práctica. Por esta razón, más que elaborar una teoría sobre la literatura
hispanoamericana o sobre lo “literario” de una manera explícita y más que
problematizar los conceptos sobre nuestra literatura, Henríquez Ureña asume su
posición de auténtico crítico literario con el ejercicio pleno de la historiografía
y con la periodización de esta corriente clave de la literatura hispanoamericana,
el Modernismo. Así pues, esta corriente literaria significó la independencia
plena de la literatura hispanoamericana frente a la literatura de la península
ibérica, en el tránsito del siglo XIX al siglo XX.
La exploración del Modernismo por
parte de Henríquez Ureña permite entresacar algunos aspectos teóricos que
subyacen en sus esquemas y análisis como soportes de su particular enfoque de
la historia literaria de Hispanoamérica. En esta aproximación historiográfica,
es importante comentar dos enfoques polémicos en torno a la delimitación del
objeto de análisis, es decir, en torno a la aproximación a “las corrientes
literarias de la América Hispánica”. El objeto de análisis está enunciado en el
título mismo del libro de Henríquez Ureña. Sin embargo, el criterio geográfico
tiene una variante cultural: Incluye a la literatura brasileña en un libro cuyo
título especifica que las corrientes literarias se refieren solamente a la
“América Hispánica” y no a la “Ibérica”. En consecuencia, “América Ibérica”
sería el término más adecuado para todo el libro, ya que se refiere a toda la
cultura heredada de la península ibérica, donde se encuentran España y
Portugal, los dos países generadores de las dos lenguas europeas que dieron
origen a las literaturas hispanoamericana y brasileña, respectivamente, en el
continente americano. Sobre este aspecto, Ana Pizarro[6]
considera que la literatura brasileña es un “agregado aún” para Henríquez
Ureña, pero ella piensa que de cualquier forma es “un logro que le debemos”
porque es un “intento de integrar al Brasil en un perspectiva continental”.
Otro
enfoque discutible en esta sección de Las corrientes literarias es la
variedad de las tendencias y los géneros literarios analizados. Henríquez Ureña
convierte su visión del Modernismo en “una especie de cajón de sastre en que todo vale y tiene sentido”, según Juan
Villegas.[7]
Así, por ejemplo, el escritor dominicano habla de los escritos filosóficos de
la época como si fuera un género literario, explora demasiado las biografías
(“historia de personalidades”) y engloba el Regionalismo (narrativa y teatro)
bajo la “Literatura pura”. A pesar de estos enfoques polémicos, este recuento
del Modernismo transita con gran amenidad, soltura y precisión del análisis de
la literatura hispanoamericana al de la brasileña, de la poesía a la prosa, de
la primera a la segunda generación de escritores modernistas, de las grandes
personalidades a los autores menores, del Modernismo al Regionalismo, de Martí
a Darío y, finalmente, de lo biográfico a lo estrictamente literario.
Especialmente,
hay en este capítulo VII de Las corrientes literarias dos aspectos que
se relacionan con los conceptos de la moderna teoría literaria de
Hispanoamérica. El primero es la orientación teórica general y el segundo es el
concepto de periodización. Con respecto al primero, se advierte que el escritor
dominicano busca un equilibrio entre la llamada actualmente “textualidad pura” o “literariedad” —o sea, el examen de los
elementos formales del lenguaje— y el discurso socio-histórico —es decir, el
texto literario como objeto social y producto de la historia. En el aspecto de
la “textualidad pura”, no se incluye
un concepto base o “estructura” que les dé coherencia a todos los análisis. En
el caso del discurso socio-histórico, no se incurre en el mecanicismo y el
dogmatismo del materialismo histórico. Bajo el enfoque de la “textualidad pura”, analiza el léxico o
vocabulario, el estilo, la métrica, la sintaxis, los temas y los géneros, todos
entremezclados con los datos biográficos. Asimismo, con respecto a los aspectos
socio-históricos de la época, incluye una revisión del oficio de escritor como un
trabajo intelectual que se ajusta a su tiempo y, finalmente, hace un recuento
biográfico de los principales autores modernistas. Con todas estas
descripciones literarias e historiográficas, Henríquez Ureña desarrolla un
sentido “ecléctico” y se acerca al “justo medio” tan característico de su prosa
ensayística. En suma, para Henríquez Ureña, el objeto literario es al mismo
tiempo una forma lingüística y una realidad histórica.
La
periodización de este capítulo sobre el Modernismo hispanoamericano se basa en
el “criterio generacional”, como ya se apuntó. Así pues, los escritores
modernistas, “adalides” y autores menores, tienen rasgos literarios similares.
Por esta razón, la generación literaria determina ante todo el periodo de la
historia literaria que se discute en este brillante capítulo VII “Literatura
pura [1890-1920]”. En consecuencia, los modernistas poseen lo que en la
actualidad se llama una propia “sensibilidad vital” si se usa el concepto de
Juan Villegas; o tienen una particular “visión de mundo” si se toma la idea de Lucien
Goldmann.[8] En
esta “sensibilidad vital” destaca precisamente el llamado “esteticismo” —la
belleza como centro de la obra artística—, el cual es el “terreno” propio de la
“literatura pura”.
También
hay otros rasgos literarios comunes en las dos generaciones modernistas. Estas características
son el exotismo, el cosmopolitismo, la evasión de la realidad y el temperamento
melancólico de raíz romántica, según Henríquez Ureña. En general, la
orientación política y “americanista” es una característica más propia de la
segunda generación modernista, formada por el argentino Leopoldo Lugones
(1874-1938), el uruguayo Julio Herrera y Reissig (1875-1910), el boliviano
Ricardo Jaimes Freyre (1868-1933), el peruano José Santos Chocano (1875-1934),
el mexicano Amado Nervo (1870-1919) y por el propio Darío como escritor
“puente” de ambas generaciones. Como se sabe, Darío es una de las grandes
personalidades de la primera generación y tiene una segunda etapa poética más
“americanista”. Finalmente, para Henríquez Ureña, las grandes personalidades del
Modernismo marcan la “sensibilidad vital” de la corriente o de la generación
literarias. Estas figuras son principalmente Martí, del Casal, Gutiérrez Nájera,
Silva y Darío.
En
conclusión, el texto analizado de Henríquez Ureña es un texto clave dentro de
la crítica literaria hispanoamericana y dentro de la crítica del Modernismo.
Específicamente, este examen del Modernismo es significativo por tres razones
principales: 1) El escritor dominicano considera al Modernismo como la primera
gran aportación original de la literatura hispanoamericana al mundo; 2) el
autor establece un criterio generacional de amplia tradición en el mundo
hispánico; 3) y el autor caracteriza las visiones de mundo de las dos
generaciones modernistas, a partir de la idea central de que son “literatura
pura”.
Obras citadas
“Comte,
Augusto (1798-1857).” Los Doce Mil Grandes. Enciclopedia Biográfica
Universal. Vol. 8. Ed.
Diane Downey. México: Promociones Editoriales
Mexicanas,
1982.
Henríquez Ureña,
Pedro. “Literatura pura (1890-1920).” Las
corrientes literarias en
la
América Hispana. 2ª ed. México: Fondo de Cultura
Económica, 1954. 165-
188.
“Positivismo.” Pequeño
Larousse ilustrado. Ed. Ramón García Pelayo y Gross.
México:
Ediciones Larousse, 1991.
[1] Esta
reseña crítica fue publicada originalmente en la excelente y ya desaparecida
revista Chihuahua Moderno en marzo de 2013. El presente texto es una
versión corregida y aumentada para brindarla a los gentiles lectores que
consultan mi Blog.
[2] El
dominicano Pedro Henríquez Ureña (1884-1946) perteneció al famoso Ateneo de la Juventud al lado de los
mexicanos Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Antonio Caso y otros escritores más.
Fue ensayista y profesor de la Universidad de Minnesota.
[3] El
chileno Grínor Riojo (1941—) es crítico literario y autor de Globalización e
identidades nacionales y postnacionales. . . ¿De qué estamos hablando?
(2005), entre otras obras. Ha sido profesor en universidades de Chile y los
Estados Unidos.
[4] El filósofo
francés Augusto Comte (1798-1857) es autor de Curso de Filosofía Positivista
(1830, 1833, 1842). Postuló en su “filosofía positiva” que los fenómenos
políticos pueden ser analizados como leyes, que el fin principal del filosofo
debe ser social y que la misión del pensador es “la reorganización de los
sistemas políticos, morales y religiosos”, entre otros aspectos (“Comte” 44).
Pensaba que el conocimiento pasaba por tres estados o etapas: La teológica, la
metafísica y la positiva (44).
[5] José
Antonio Portuondo (1911-1996) es crítico, ensayista e historiadora cubano.
Publicó El contenido social de la literatura cubana (1944) y su célebre
libro La historia y sus generaciones (1958), entre otras obras.
[6] La escritora
chilena Ana Pizarro es profesora de la Universidad de Santiago de Chile y
autora del libro Hacia una historia de la literatura latinoamericana
(México: El Colegio de México, Universidad Simón Bolívar, 1987), entre otras
obras.
[7] Juan
Villegas es profesor e investigador chileno de la Universidad California en
Irvine. Es autor de Teoría de historia literaria y de poesía lírica
(1984) y Para un modelo de historia del teatro (1997), entre otras
obras.
[8] Lucien
Goldmann (193-1970) es un crítico rumano-francés de origen judío. Publicó Para
una sociología de la novela (1964).
martes, 1 de marzo de 2016
RODOLFO FIERRO EN "LA FIESTA DE LAS BALAS" DE MARTIN LUIS GUZMAN: EL VILLISMO VIOLENTO
RODOLFO
FIERRO EN “LA FIESTA DE LAS BALAS” DE MARTÍN LUIS GUZMÁN: EL VILLISMO VIOLENTO[1]
ÓSCAR
ROBLES
El
general villista Rodolfo Fierro representa la cara sombría del Villismo en el cuento “Oro, caballo y hombre” de Rafael
F. Munoz. En cambio, “La fiesta de las balas” de Martín L. Guzmán muestra al
Fierro de violencia descarnada, dentro de una sanguinaria masacre de doscientos
noventa y nueve soldados de trescientos posibles del bando de Pascual Orozco[2],
quienes son ejecutados por Fierro con tres pistolas, las cuales son cargadas
repetidamente por su asistente. Guzmán describe a Fierro con buena perspectiva
estética y algunas cualidades positivas: Ser un certero tirador de armas de
fuego, un contundente guerrero y un ser superior. Sin embargo, las salvajes
ejecuciones a sangre fría y con marcada ventaja y la postura ética e ideológica
del narrador presentan a Fierro como la encarnación de la violencia cruel del
Villismo y como su línea contrapuesta y anti-épica.
En
particular, “Oro, caballo y hombre” de Muñoz es un relato realista y su narrador
describe claramente el pertinaz y negativo individualismo de Rodolfo Fierro
frente al colectivismo dominante de los villistas, dentro de Chihuahua, tras la
derrota de la División del Norte en la Batalla de Celaya, Guanajuato, en 1915,
frente a las fuerzas militares de Álvaro Obregón.[3] Al
final de cuento, Fierro muere solo como castigo a su arrogante individualismo,
sobre su caballo y aferrado al oro, el 13 de octubre de 1915, en la Laguna de los
Mormones, al oriente de Nuevo Casas Grandes, Chihuahua. Sus compañeros
villistas lamentan la pérdida del oro y del caballo en las aguas, pero no la de
Fierro. Aunque es arrojado y valiente, Fierro representa la ambición material y
la arrogancia en este cuento. Sin embargo, es un importante personaje histórico
dentro de la Revolución Mexicana.
1. ÉPICA
DE LA REVOLUCIÓN E INDIVIDUALISMO DE FIERRO
Ante
todo, la Revolución Mexicana desarrolla su etapa bélica entre 1910 y1917. Representa
una gesta épica y colectiva y marca el fin de treinta y cinco años del gobierno
de Porfirio Díaz[4],
quien renuncia a la presidencia en 1911. Por su parte, Francisco I. Madero[5] asciende
al poder y es asesinado a traición en 1913 (Chang 280). Finalmente, la lucha
armada culmina con la proclamación de la Constitución en 1917 por parte de
Obregón y de Venustiano Carranza.[6]
En
general, la Revolución promueve valores colectivos y positivos —la justicia
social y el reparto de tierras entre los campesinos—, aspiraciones propias de Pancho
Villa[7] y
de Emiliano Zapata.[8]
El contexto específico de “La fiesta las balas” se ubica hacia 1913, después de
la alianza entre Pascual Orozco y el jalisciense Victoriano Huerta.[9]
Los Colorados de Orozco son
derrotados por los rebeldes villistas dentro de territorio chihuahuense. Luego
vienen las ejecuciones de Fierro, obra salvaje y anti-épica de un individuo,
pues son asesinatos a mansalva, fuera del código militar.
Como
personaje histórico, Rodolfo Fierro (1880-1915) fue un revolucionario nacido en
El Fuerte, Sinaloa. Ante todo, se caracteriza por ser un hombre violento y
sanguinario y por representar la barbarie del Villismo. Villa conoce al
maquinista Fierro en 1912 y éste se incorpora a las fuerzas villistas alrededor
del 17 de junio de 1913 en Durango, según Paco Ignacio Taibo II (193-194).
Aunque fue un gran revolucionario, Fierro tiene una larga historia de
ejecuciones, algunas a sangre fría, entre 1913 y 1915, entre las cuales se
cuentan el oficial García de la Cadena en Torreón y quince personas a sangre
fría (212, 278). Asimismo, mata al hacendado escocés William Benton en Ciudad
Juárez, Chihuahua, y al teniente coronel David G. Berlanga (285, 457). Finalmente,
asesina a varios soldados carrancistas en Zapopan, Jalisco, y al general Tomás
Urbina en Las Nieves, Durango, entre otros (490, 558). Sobre la ejecución de
casi trescientos Colorados de Orozco
por parte de Fierro, Taibo II piensa que esta masacre al parecer no sucedió como
en el cuento de Guzmán (205).
2. “LA
FIESTA DE LAS BALAS”: LAS EJECUCIONES A MANSALVA Y LA PASIÓN DE MATAR
En
realidad, “La fiesta de las balas” forma parte de un capítulo de la novela El
águila y la serpiente (1928). En
general, la novela es un “retrato vívido de Pancho Villa” y a la vez se narra
“la violencia de la guerra fratricida” (Chang 281). El texto “La fiesta de las
balas” puede ser considerado como un cuento por su estructura narrativa
cerrada, por la extensión breve y, esencialmente, por su trama con principio,
medio y fin. Por este motivo, el crítico estadounidense Seymour Menton lo
incluye en la brillante antología crítica El cuento hispanoamericano.
En
particular, el cuento de Guzmán tiene cinco secuencias narrativas y su contexto
histórico es que los villistas luchan a favor de los constitucionalistas. Tras
una batalla, los villistas apresan a quinientos soldados, unos trescientos Colorados y unos doscientos federales,
dentro del estado de Chihuahua. A los federales se les da la oportunidad de
vivir. Por orden de Villa, Fierro se encarga de ejecutar a sangre fría
solamente a los Colorados con solamente
tres pistolas. Con ayuda de un asistente, Fierro mata a doscientos noventa y
nueve orozquistas en cerca de dos horas, apostado en un corral amplio y a una
distancia aproximada de veinte pasos de las víctimas, mientras los presos
corren por un corral e intentan escalar y brincar un muro de adobes para
escapar a la muerte homicida. Sólo un soldado escapa medio herido por la
llanura. En la noche, el asistente mata a un moribundo que se quejaba entre los
cadáveres. Finalmente, Fierro duerme en un pesebre.
Un
detallado análisis de personaje permite establecer las perspectivas ideológica,
estética y ética de Guzmán en torno al villista Fierro, el protagonista del
cuento. En primer lugar, el título del cuento determina el tono festivo de la
feroz matanza. En especial, resalta la autoridad moral y militar de Fierro
dentro de la División del Norte. Al principio del cuento, un narrador testigo
establece que los hechos narrados pertenecen más a la leyenda que a la historia
y que tienen “el toque de la exaltación poética” (Guzmán, “La fiesta” 199).
Especialmente, el narrador expresa un juicio clave para configurar su propia
postura ideológica: “—y Fierro y el Villismo eran espejos contrapuestos, modos
de ser que se reflejaban infinitamente entre sí—” (199). Es decir, la violencia
descarnada de las ejecuciones es parte negativa del individuo Fierro en
contraste con la justicia social y los positivos ideales revolucionarios del
Villismo. Sin embargo, a veces la extremada violencia se refleja en el grupo
villista.
Algunos
rasgos épicos, estéticos y positivos del protagonista aparecen de manera
periférica, pero no definen las negativas acciones centrales de la trama. Por
un lado, Fierro es un guerrero decidido: “—A quien nunca detuvo nadie—” (Guzmán,
“La fiesta” 200). Por otro, es muy efectivo y contundente en las luchas
armadas, pues piensa que la victoria militar se consuma hasta lograr —. . . la
completa derrota del enemigo—” (200). Curiosamente, ambas referencias textuales
están separadas por guiones, como una forma de excluirlos de la narración
central y los rasgos psicológicos claves del protagonista en el cuento.
Asimismo,
la postura estética del narrador resalta a Fierro cuando ya se prepara la
ejecución de los Colorados. De este
modo, la figura de Fierro es relevante, bella y épica dentro del “triste
abandono del corral”: “Grande y hermosa, irradiaba una aura extraña, algo
superior, algo prestigioso” y “sus piernas formaban un compás hercúleo y
destellaban” (Guzmán, “La fiesta” 202).
Sin
embargo, todos estos aspectos disminuyen su importancia dentro de las acciones
centrales del personaje principal: Las doscientos noventa y nueve ejecuciones.
Estas ejecuciones son, finalmente, crímenes a mansalva y un tanto perversos, fuera
de las leyes militares del fusilamiento formal. Así pues, la posterior
ejecución en masa ocupa más espacio en el cuento y estos hechos representan la
cruda y descarnada violencia de un solo individuo, miembro del Villismo. Al
final de cuentas, para el narrador, la mano de Fierro es “la mano homicida” y
el desigual enfrentamiento del villista con los prisioneros significa la lucha
entre “la pasión de matar y el ansia inagotable de vivir” (Guzmán, “La fiesta”
206). Asimismo, toda la larga masacre es verdaderamente una “ejecución en masa”
y un evento festivo, una verdadera “fiesta de las balas” para el individuo
Fierro (207, 208). Aunque la matanza es una muestra de “la destreza de Fierro”,
es un acto cruel, sanguinario y perverso contra soldados indefensos (208). Con sus ejecuciones con plena ventaja y
sin peligro, Fierro es anti-épico y es el “espejo contrapuesto” del Villismo,
el cual representa más la épica revolucionaria y la justicia social. En suma,
el narrador de “La fiesta de las balas” describe a un contundente, pero cruel
militar villista, en medio de una ejecución de soldados enemigos. Aunque la
ficción del cuento muestra más las condiciones negativas de Fierro, este
general es un héroe histórico de la Revolución.
3. GUZMÁN: ATENEÍSTA, REVOLUCIONARIO,
INTELECTUAL Y ESCRITOR
Martín
L. Guzmán (1877-1976) fue militar, político, periodista, profesor y escritor.
Participó en la Revolución Mexicana bajo las órdenes de Villa (“Guzmán”). Fue
un miembro destacado del grupo intelectual El
Ateneo de México al que pertenecían el dominicano Pedro Henríquez Ureña
(1884-1946) y los escritores y filósofos mexicanos Antonio Caso (1883-1946),
Alfonso Reyes (1889-1959) y José Vasconcelos (1882-1959), entre otros. Estos
escritores “desempeñaron un papel clave en el proceso de cambio social” durante
la época revolucionaria y promovieron “el concepto de cultura como bien
público” (Chang 280). Fundamentalmente, Guzmán es autor de la novela La
sombra del caudillo (1931) y de Memorias
de Pancho Villa (1938-1940),
entre otras. La primera obra fue llevada al cine en forma de largometraje en
1960, bajo el mismo título literario y la dirección del mexicano Julio Bracho,
con las destacadas actuaciones de Tito Junco, Ignacio López Tarso, Miguel Ángel
Ferriz, Víctor Manuel Mendoza, Antonio Aguilar y otros actores.
En
conclusión, el cuento “La fiesta de las balas” de Martín Luis Guzmán pone al
principio a Rodolfo Fierro como un eficaz y superior guerrero de la Revolución,
pero finalmente lo condena por ser una cruda antítesis del Villismo y de su
ideología justiciera: Por ser un violento homicida a sangre fría.
Obras citadas
“Carranza,
Venustiano (1859-1920).” Doce Mil Grandes. Enciclopedia Biográfica
Universal.
Vol. XII. Ed. Diane Downey. México: Promociones Editoriales Mexicanas, 1982.
Chang, Raquel y Malva
e. Filler. Voces de Hispanoamérica. Antología literaria. 3ª
ed.
Boston: Thomson and Heinle, 2004.
“Guzmán, Martín Luis.” Enciclopedia
de México. Vol. Ed. José Rogelio Álvarez.
México:
Enciclopedia de México, 1977.
Guzmán, Martín Luis. “La
fiesta de las balas.” El águila y la serpiente. 4ª ed.
México:
Porrúa, 1995. 199-211.
“Orozco,
Pascual (1845-1916).” Doce Mil Grandes. Enciclopedia Biográfica
Universal.
Vol. XII. Ed. Diane Downey. México: Promociones Editoriales
Mexicanas,
1982.
“Madero,
Francisco I (1873-1913).” Doce Mil Grandes. Enciclopedia Biográfica
Universal.
Vol. XII. Ed. Diane Downey. México:
Promociones Editoriales
Mexicanas,
1982.
Menton, Seymour. El
cuento hispanoamericano. 7ª. ed. México: Fondo de Cultura
Económica,
2003.
Muñoz, Rafael F. “Oro,
caballo y hombre.” Relatos de la Revolución. Cuentos
completos. México:
Grijalbo, 1985. 234-240.
“Obregón,
Álvaro (1880-1928).” Doce Mil Grandes. Enciclopedia Biográfica
Universal.
Vol. XII. Ed. Diane Downey. México: Promociones Editoriales Mexicanas, 1982.
“Orozco,
Pascual (1882-1915).”Doce Mil Grandes. Enciclopedia Biográfica
Universal.
Vol. XII. Ed. Diane Downey. México: Promociones Editoriales
Mexicanas,
1982.
Taibo II, Paco Ignacio.
Villa. Una biografía narrativa. México: Grijalbo, 2005.
“Villa,
Francisco (Doroteo Arango) (1878-1923).” Doce Mil Grandes. Enciclopedia
Biográfica
Universal. Vol. XII. Ed. Diane Downey. México: Promociones
Editoriales
Mexicanas, 1982.
“Zapata,
Emiliano (1879-1919).” Doce Mil Grandes. Enciclopedia Biográfica
Universal.
Vol. XII. Ed. Diane Downey. México: Promociones Editoriales
Mexicanas,
1982.
[1] Esta reseña crítica
fue publicada originalmente en la excelente y ya desaparecida revista Chihuahua
Moderno en diciembre de 2012. El presente texto es una versión corregida y
aumentada para brindarla a todos los gentiles lectores que acceden a mi Blog.
[2] El chihuahuense
Pascual Orozco (1882-1915) fue un general maderista al comienzo de la
Revolución Mexicana y luego combatió contra las fuerzas militares de Francisco
Villa.
[3] El sonorense Álvaro
Obregón (1880-1928) defendía la causa del general coahuilense Venustiano
Carranza durante los enfrentamientos con el ejército de Francisco Villa en
1915, fue presidente de la república durante el periodo 1920-1924 y fue
asesinado por José de León Toral en 1928, luego de haber sido reelecto como
jefe del ejecutivo federal (“Obregón”).
[4] El oaxaqueño
Porfirio Díaz (1830-1915) participó en la guerra contra la Revolución Francesa
en 1862 y 1863 en defensa de la presidencia de Benito Juárez, gobernó al país
entre 1877 y 1911, su gobierno desarrolló la tecnología moderna (teléfonos,
telégrafos, ferrocarriles) y la industria y favoreció el latifundio (“Carranza”).
[5] El coahuilense
Francisco I. Madero (1873-1913) encabezó la Revolución Mexicana a partir de
1910, fue presidente de la república entre 1911 y 1913 y fue asesinado el 22 de
febrero de 1913 (“Madero”).
[6] El coahuilense
Venustiano Carranza (1859-1920) fue jefe de las fuerzas militares
constitucionalistas, luego de la muerte de Madero; promulgo la Constitución de
1917; ocupó la presidencia de la república entre 1917 y 1920; y, finalmente,
fue asesinado en 1920 (“Carranza”).
[7] El duranguense
Francisco Villa (1878-1923) logró
triunfos militares en Ciudad Juárez (Chihuahua), Torreón (Coahuila) y Zacatecas
(Zacatecas) entre 1910 y 1914 al mando de la poderosa División del Norte; fue
derrotado por las fuerzas de Obregón en 1915, en la zona del Bajío (Celaya,
León y Trinidad) y fue asesinado en 1923 en Parral, Chihuahua (“Villa”).
[8] El morelense
Emiliano Zapata (1879-1919) luchó militarmente en la Revolución Mexicana con el
ejército Libertador del Sur, repartió tierras a los campesinos en Morelos, se
enfrentó en una guerra de guerrillas contra las fuerzas carrancistas y murió
asesinado a traición en 1919 en la Hacienda de Chinameca, Morelos (“Zapata”).
[9] El jalisciense
Victoriano Huerta (1845-1916) sofocó las rebeliones de Pascual Orozco y
Emiliano Zapata contra Francisco I. Madero, mandó asesinar a Madero y José
María Pino Suárez y fue presidente de la república en 1913 (“Huerta”).
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