EL AMABLE NIÑO MALABARISTA
ÓSCAR ROBLES
Lanza tres
pelotas al aire en círculo y las atrapa con sus diestras manos. Es el
espectáculo de cada día, es su trabajo para sobrevivir.
Su acto
circense se concentra en la esquina de la Avenida Tecnológico y la calle Miguel
de Cervantes, a la altura del Complejo Industrial Chihuahua. A veces, transita
por cruceros de más al norte de la ciudad de Chihuahua.
Es un niño
dulce, silencioso y muy comedido.
Arroja al
aire tres bolas negras de fabricación sencilla y las malabarea repetidamente
con suma destreza y concentración, justo frente a los atónitos conductores de
autos. Luego, recorre los vehículos automotores y recoge monedas entre los
propietarios de los mismos.
Hace meses
que labora como pequeño artista de la calle, artista de la sobrevivencia, justo
en este difícil año de 2019, el último de la segunda década del siglo XXI, el
número once después de la Recesión Económica y justo a comienzos de un nuevo
gobierno federal en México (2018-2024). Y viene en puerta otra recesión en los
próximos años, según los expertos económicos.
Tendrá
unos seis o siete años de edad, es moreno y su mirada denota nobleza, ternura y
estoicismo.
Un día,
descubrí su secreto accidentalmente en un baño público de una conocida tienda
de la ciudad: no habla, se comunica a señas y rebosa bondad y camaradería, justo
en un tiempo en que la arrogancia individual de los ciudadanos domina en México
y causa ingobernabilidad en los espacios públicos y en un tiempo en que “las
anticulturas de la destrucción” afectan a la sociedad mexicana.
Tal vez
sea mudo o su idioma sea una lengua indígena mexicana.
En esa
ocasión, entré al baño que gentilmente ofrece ese negocio de cadena a los
ciudadanos. En ese sitio, estaba refrescándose la cara y lavándose las manos.
Las bolas de su sencillo espectáculo descansaban sobre el lavabo. Me lavé
rápidamente las manos sin usar el jabón, pero no me sequé por la prisa de usar
el baño. Entonces, el pequeño me señaló graciosamente con su manita derecha la
correcta caja del papel para secarse, puesto que el otro recipiente estaba
completamente vacío.
Al poco
rato, regresé a lavarme las manos con jabón y el chico me apuntó otra vez al
recipiente adecuado que sí contenía papel para secarse las manos. Le agradecí
la cortesía de su información, me sequé las manos y me fui de la tienda a
seguir mi caminata por la Avenida Tecnológico, por donde camino dos horas
semanalmente.
Me quedé
encantado de su extrema cortesía y lo admiré por su valentía y arrojo para sobrevivir
económicamente con el acto de malabarear las tres pelotas. Más tarde, lo vi
dirigirse hacia el crucero de la Avenida Tecnológico y Miguel de Cervantes. Ahí,
reinició su acto circense de sobrevivencia diaria. Se plantó como una avecilla
de Dios en el tráfago de carros y en el duro y gris pavimento, aspirando los abundantes
tóxicos químicos que arrojan los numerosos vehículos de la zona.
Vestía
ropa normal: Camiseta y pantalón de mezclilla.
Es posible que fuera un niño rarámuri, pero no advertí la presencia de
su madre para comprobar la pertenencia a esta hacendosa y ancestral etnia del
Estado de Chihuahua. Usualmente, las mujeres tarahumaras visten coloridos
vestidos de algodón diseñados con gran belleza por ellas mismas. En tanto, la
mayoría de estos hombres indígenas usa los atuendos propios de los mestizos de
Chihuahua.
En otra
ocasión, lo vi descansando recargado en un poste. Al poco rato, se lanzó con
denuedo y energía al ardiente asfalto y arrojó las tres pelotas al aire como
quien lanza al azar las monedas o los dados de su destino cada día.
Espero de todo
corazón que Dios lo ampare y le ayude a recibir la buena recompensa de dinero
de parte de los ciudadanos de coche y camioneta, durante los días que trabaja
afanosamente en su arte del malabarismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario