ARTISTAS DE LA CALLE Y
VAGABUNDOS: HERIDAS DE LA CIUDAD
ÓSCAR ROBLES
La
Carretera Panamericana es una larga vertiente urbana muy importante en la
ciudad de Chihuahua. Es muy moderna y rápida para el transporte local, nacional e internacional. Conduce en cuatro horas a Ciudad Juárez, una de las dos ciudades
fronterizas más importantes de México. Hacia el sur, se interna en la capital
norteña. Para la vida urbana, abarca desde el suburbio de Riberas de Sacramento
hasta que se convierte en la Avenida Tecnológico a la altura de la Avenida
Homero. En el Canal del Chuvíscar o Avenida Teófilo Borunda, se vuelve Avenida
Colón.
Por su gran comercio e industria, esta avenida es uno de
los símbolos del progreso económico de la economía capitalista global. Se
distribuyen pequeños, medianos y grandes negocios y poderosos complejos
industriales. Asimismo, es la ruta del moderno transporte urbano del VIVEBÚS.
Es la segunda arteria urbana más importante detrás de la sinuosa Avenida de la
Juventud, donde se concentran colonias de las clases media y alta y grandes
negocios locales, nacionales e internacionales.
El tráfico
de autos y camiones es incesante en esta carretera-avenida, de sur a norte y de
norte a sur, con sus seis carriles centrales en una parte del trayecto. En cada
semáforo, una herida: La pobreza cobijada por pavimento y concreto. Trabajan
allí arduas jornadas diversos limpiacristales, vendedores de dulces, jugos y alimentos y
artistas de la calle.
Justo en
el cruce de la avenida Guillermo Prieto Lujan, llamada así en honor de uno de
los líderes del movimiento democratizador de la década de los ochenta, se ven
esas heridas. Una mujer menudita de larga falda negra hace malabares con tres
pelotitas. En el follaje de su rebozo gris, descansa un tesoro nacional, una
joyita que bulle vida: Un pequeño bebé. Con esta carga, la laboriosa y dinámica
madre hace la labor diaria del sencillo entretenimiento de la calle. Su marido
cobra monedas a los conductores que la miran y admiran por su trabajo y su
destreza física. Su esposo también es “chaparrito”, como dicen por aquí. Son
inmigrantes mexicanos dentro de la entraña viva del país: Tal vez vienen del
centro o del sur.
Dos niños
descansan junto a un poste que los cobija con breve sombra, justo en el mismo
cruce de avenidas, entre cobijas y bolsas viajeras. Son hijos de la misma pareja que trabajo en el cruce de tales avenidas. Al lado este del mismo cruce, un niño
moreno también hace malabares con tres esferas, como imitando a la heroica
madre mexicana del rebozo gris. Todos lucen como inmigrantes internos de la
patria mexicana y muestran marcados rasgos indígenas. Ante todo, ellos
sobreviven en la próspera ciudad norteña, la cual ha sido azotada por la recesión económica, el
crimen y la violencia en el siglo XXI.
Por la misma Carretera Panamericana, rumbo al sur, un hombre de mediana edad reposa la
comida tirado en la tierra, protegiéndose del sol con breves arbustos. Lo
rodean muchos recipientes de alimentos y bebidas de varias marcas. Un
descascarado sartén de peltre descansa sobre cuatro piedras y ladrillos
requemados por el fuego. Arriba, se ven unos trocitos de tortilla mexicana
frita y abajo las cenizas grises sobre la tierra mexicana.
El hombre
habita su pequeño espacio, en su casita de tierra y arbustos. Restos de envases
de cartón y plástico lo acompañan como mudos y muertos pajarillos de colores. Tal vez sea un
limpiavidrios o un artista de la calle. Se ve cansado junto a un montón de
tierra y escombros. Cerca de ahí se yergue el edificio blanco y moderno de una
famosa universidad mexicana de carreras técnicas.
Mas tarde,
el hombre todavía duerme y se ve como muerto. Sus pantalones de mezclilla
desgastada y su camisa azul cielo se ven sobre la tierra viva de la ciudad.
Está refugiado bajo los mismos arbustos tan pequeños y con escasas hojas. En el
verano, será difícil vivir en esa “casita” de aire, tierra y plantas.
Con el calor intenso del verano, quizá este hombre busque
otro refugio como aquellos vagabundos que vivían entre árboles dentro del lecho
del seco río Chuvíscar que cruza como una herida la ciudad, de oeste a este. Hace tiempo, estos trabajadores vagabundos dormían en sus cobijas y prendían fogatas improvisadas y transitaban por la moderna ciudad del norte como viajeros del tiempo
mexicano, como sobrevivientes de la patria.
La estufita rústica de piedras del hombre de la Panamericana aguarda para ser encendida en otras horas y el sartén abre su vientre para esperar los sagrados alimentos de cada día. Pero
el hombre tendrá que pasar muchas horas bajo el sol con su trabajo digno e improvisado.
Por la flamante Carretera Panamericana transitan numerosos
carros, camionetas, autobuses y pesados camiones de carga. Algunos de últimos vehículos
llevan alimentos a otras ciudades. Ojalá los choferes se apiaden de estos pobres
mexicanos de la calle y dejen una partecita siquiera de su riqueza en estos cruces
de calles como heridas, unas cuantas monedas que paguen el arduo trabajo, la moral
alta y la dignidad de mexicanos pobres y marginados, pero limpios del alma.
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