viernes, 23 de octubre de 2020

"EL SOL QUE ESTAS MIRANDO": UNA NOVELA ESPACIAL Y POETICA SOBRE LO COTIDIANO Y LA DESOLACION

                                        ÓSCAR ROBLES 


No cabe duda: de niño, a mí me seguía el sol.   
Andaba detrás de mí como perrito faldero; 
despeinado y dulce, claro y amarillo: 
ese sol con sueño que sigue a los niños. 
"Sol de Monterrey" 
ALFONSO REYES 

 El sol que estás mirando (1981) del mexicano Jesús Gardea es una novela de lo cotidiano y sus principales eventos están regidos por la experiencia familiar y por la presencia constante del majestuoso, bello y luminoso sol del desierto. El brillante poema de Reyes citado al comienzo del presente escrito resume los asuntos subjetivos y líricos de esta exquisita novela norteña, en cual se configura una conexión profunda entre la infancia y el sol. En realidad, una parte de las acciones y descripciones de la novela son asuntos poéticos diseminados y pintados en el lienzo de la prosa narrativa. Así pues, casi no hay acciones conflictivas y gran tensión dramática en El sol que estás mirando. En realidad, el espacio o ambiente físico funciona como un personaje que afecta positivamente las vidas de todos los protagonistas por la belleza de la luz solar. No hay eventos mágicos, sobrenaturales y fantásticos. No el asombro, la sacudida por el hecho desconcertante o trágico. Es la narración puramente lineal, “seca”, de los sucesos diarios de una familia provinciana norteña en el presente narrativo, teñida con metáforas y comparaciones e imágenes muy plásticas sobre el efecto de la luz solar en las personas y los objetos. En este sentido, es una novela espacial y una novela de gran aliento poético. 

Los hechos ordinarios de esta novela son contados desde la perspectiva de un narrador implicado, protagonista: el niño David cuenta todo lo que “mira” en su vida familiar, en su hogar y en las calles de su ciudad provinciana norteña. Por ello, es una perspectiva narrativa muy bien trazada, ya que Gardea recrea un lenguaje sencillo, muy cercano a la conciencia y a la personalidad de un niño. Este personaje explaya una sensibilidad emocional y una fresca visión poética muy fina y delicada para percibir la presencia constante y luminosa del sol en su vida, quien funciona como el gran personaje de la novela. Por este motivo, el título de la obra resume el papel central del niño en la novela y su relación íntima con el sol, asuntos similares al fragmento del poema “Sol de Monterrey” del escritor mexicano Alfonso Reyes citado al comienzo del presente texto. 

La novela está dividida en once capítulos y en cada uno aparece un episodio distinto sobre la vida de la familia Gálvez en el pueblo ficticio de Placeres, el cual es una referencia indirecta a Delicias, la ciudad natal del escritor Gardea. Así pues, el novelista chihuahuense pertenece a la genealogía de algunos grandes escritores ya clásicos que inventan condados, pueblos y ciudades imaginarias, tales como el norteamericano William Faulkner y el condado de Yoknapatawpha, el mexicano Juan Rulfo y su pueblo de Comala y el uruguayo Juan Carlos Onetti y su ciudad de Santa María. Los episodios centrales ocurridos en Placeres son los siguientes: 1) el proceso de la construcción de la ferretería de la familia; 2) el viaje a la ciudad o capital; 3) la visita a la casa de la anciana mami Lausé; 4) el juego infantil de la guerra a pedradas; 5) la mudanza de casa; 6) la partida de la criada Felícitas; 7) y la enfermedad de Vicente Gálvez, el jefe de la familia y padre del narrador. Todos son puros acontecimientos cotidianos. No se entrevera un asunto vertebral que conduzca el hilo narrativo. Son puros incidentes de una vida casera. 

En especial, la carga de cotidianidad transmite un sentimiento de hastío propio de la vida de provincia. Entonces, las sensaciones y emociones giran en torno a la realidad externa y se despliegan una serie de acciones simples. Por eso, la novela es una narración de las imágenes y percepciones sensoriales, las cuales son más visuales y conducen la perspectiva de un niño que ve al sol como la presencia constante en su vida y representa la belleza y su esperanza frente a la enfermedad de su padre, la parte oscura del relato. 

Esta presencia del sol es permanente en un pueblo del desierto norteño. Las condiciones ambientales —calor, sol quemante— remiten a los lectores a la geografía chihuahuense y a la región norteña de México. Así pues, Gardea nombra “Placeres” al pueblo y no da nombre a la ciudad donde viajan tres de los personajes: Leandro, David y Vicente. De esta manera, la identificación de lo norteño es por evocación de ambientes, por ambiente físico. En consecuencia, el gran mérito del escritor es la recreación del ambiente físico y la naturaleza del desierto, sin necesidad de nombrar directamente los espacios físico-geográficos: “Esto es Delicias, esto es Camargo, esto es Chihuahua”. 


                        1. INSTANTES DE LO COTIDIANO 

La infancia pueblerina de David parte de la secreta intimidad casera y de las evocaciones y recuerdos familiares. La conciencia del niño recoge todo lo que la historia no puede recoger, aquello que forma parte de la “intrahistoria”, de lo privado y de lo escondido en la vida de la familia Gálvez. Esta particular familia está compuesta por Vicente, el padre; Francisca, la madre; los dos pequeños hijos, Fernanda (dos años mayor que su hermano) y David; Felicitas, la criada; Leandro, el viejo ayudante de Vicente. Todos ellos tienen relaciones personales con otros personajes secundarios que aparecen fugazmente en algún capítulo: como la extraña anciana francesa Mami Lausé o Ángel Porras, amigo de Vicente. Esencialmente, David es el personaje que muestra su mundo familiar, el cual está regido por el tiempo que marca el sol, un tiempo que calcina la vida de los personajes en medio de una atmósfera desolada. Más allá de las anécdotas o la las relaciones interpersonales, David es la “mirada” fija que atrapa los momentos secretos e íntimos en el instante cotidiano, en las situaciones domésticas y en los recuerdos de la infancia. Finalmente, el niño enseña la vida diaria en Placeres, ese pueblo enclavado en el desierto norteño donde el sol es el dios que preside lo cotidiano de la vida, que penetra en los huecos, que quema, que deslumbra y que acompaña a los personajes en todo momento. 

La historia narrada en sí con sus acciones cotidianas no importa tanto desde la perspectiva del narrador protagonista. Importa más la manera en que David ve al mundo externo, el modo en que aprisiona los secretos resquicios de la vida casera y de la luz del sol y los transfigura poéticamente, porque la fuente central de tales visiones son las “fisuras” de su conciencia, aquellas grietas donde se esconden las fugaces imágenes y los recuerdos de la infancia. David transluce su memoria del pasado infantil en un presente relatado con la misma personalidad del niño. En realidad, el narrador protagonista cuenta la historia desde el presente narrativo del adulto que recuerda su pasado infantil y despliega una voz introspectiva, fresca y sencilla. Desde el principio de la novela nos damos cuenta de que todo lo narrado forma parte de otro tiempo: “Yo recuerdo a mi padre medio sordo” (Gardea 9). Entonces, el narrador proyecta una visión poética sobre el ambiente físico de Placeres. Es una conciencia “mirante” y puramente sensorial. En medio de la somnolencia que produce el calor, David ve con una visión casi mágica algunos objetos de su casa: 

Las flores flotaban realmente. Se alejaban de la superficie de las meses, de las frutas, de la tierra, iluminaban el aire oscurecido cercano a mi ojo, y su luz penetraba por las rendijas del piso de madera. Unos segundos estuvieron así; después se apagaron. (Gardea 21). 

También observa a su hermana Fernanda con una percepción refinada, con una especie de acercamiento extremo: “Mi hermana mordía pan dulce. Tenía, alrededor de la boca, granitos de azúcar muy blancos con la luz del sol, que me despertaron el hambre” (36). Mira cómo su padre echa la ceniza del cigarro en la cáscara vacía de una naranja, cómo los pelos de una muñeca de su hermana se llenan de tierra, cómo las manos de Leandro están salpicadas de lunares, cómo una toalla parece un hueco blanco en el aire, cómo mami Lausé tiene un bigote negro y pelusiento, cómo a Leandro le corre un hilo de sudor brillante por el cuello. Todos estas percepciones visuales son instantes de lo cotidiano, agudas percepciones sensoriales, como una cámara de cine en constante “close up” o acercamiento extremo. 


     2. EL CAPÍTULO II: “DISONANCIA” EN LA NARRACION                                                    POÉTICA 

La vida casera de la familia Gálvez es el elemento que se repite en cada capítulo. Estos eventos mantienen una continuidad temática y una unidad de las acciones, a partir de la primera persona del singular, que corresponde al narrador David. A medida que avanza la novela, el lector se acostumbra a “escuchar” la voz narradora del niño y se familiariza con la casa donde vive la familia Gálvez y lo que pasa a los personajes. Sin embargo, hay una parte que rompe la unidad narrativa de lo poético e integra un evento conflictivo de la realidad externa: el capítulo II. En casi toda la novela, Gardea nos expone acciones privadas de una vida familiar, desde la visión del niño David, cuya primera persona siempre está presente. En el capítulo II, se quiebra esa “armonía” e introduce un narrador impersonal con una tercera persona de singular, una especie de narrador omnisciente, sólo para contarnos el encuentro de viejo Leandro, amigo de la familia Gálvez, con Celina, en el cuarto de aquél. Este episodio se encuentra casi al principio de la obra y parece que Gardea quiere contar otra vida paralela a los hechos narrados por David. El escritor chihuahuense deja este subtexto o pasaje en el resto de los capítulos. 

Este particular episodio ofrece una visión distinta de Leandro: es un personaje que entabla una relación amorosa con una mujer. Este aspecto del personaje masculino ya no vuelve a exponerse en la novela ni aparece este narrador impersonal. ¿Por qué? Tal vez porque esta perspectiva narrativa puede alterar la dominante perspectiva del narrador implicado, en la cual Leandro es un amigo de Vicente y les ayuda en los trabajos caseros de la familia. 

Así pues, la “discordancia” es patente y se altera un poco la unidad de la novela, el relato poético y cotidiano bajo la presencia del majestuoso sol. Incluso, el personaje femenino citado ya no se presenta en la vida de Leandro en los capítulos siguientes y sólo es mencionado hasta el capítulo VIII, en la página 54. Finalmente, la relación Leandro-Celina, apenas esbozada, no tiene continuidad en el texto narrativo, porque la temática central es la vida cotidiana de la familia Gálvez. Además, este narrador objetivo e impersonal ya no aparece y el episodio luce un poco como una “disonancia” en la novela, todo lo cual no altera en realidad la belleza de la novela de Gardea. 

                          3. “EL SOL QUE ESTÁS MIRANDO” 


 ¡Oh, cuánto me pesa el sol! 
¡Oh cuánto me duele, adentro, 
Esa cisterna de sol 
Que viaja conmigo! 

"Sol de Monterrey" 
ALFONSO REYES 

En la novela de Gardea, el Sol es la presencia material constante que alumbra los objetos y quema la piel. “Monstruo” amarillo, “callado”, luminoso, penetra el mundo cotidiano y deja sus huellas en la vida provinciana de la familia Gálvez. David tiene presente al sol en cada evocación familiar, en sus imágenes infantiles: a veces, las visiones son minimalistas y el sol es como un “animalillo” o mascota que sigue al niño como el “perrito faldero” del poema de Alfonso Retes. Así pues, el sol se mete al hogar rondando por cada rincón: “Llevaba el Sol detrás de mí porque me había regresado a tomar la calle principal” (Gardea 40). El Sol es, otras veces, como un fiel amigo que alienta a David con su presencia: “No la vi, pero descubrir todavía la luz del sol en la mesa de la cocina me animó” (20). Asimismo, el Sol ocupa diversos espacios del pueblo, tales como la tienda y el camión. 

De esta manera, el narrador protagonista construye la imagen del sol como un personaje propio de la naturaleza y una presencia constante en la vida cotidiana de la familia Gálvez. Por ejemplo, David dice que “todavía teníamos un poco de sol en la tienda, y su luz, media roja, flotaba por encima de nuestras cabezas” (Gardea 47). Más adelante informa que “el Sol se había ido levantando en el cielo de la mañana y ya no entraba como espada al camión; estaba recogido en los asientos y sobre la mezclilla azul de mis pantalones” (50). También el sol acaricia a los propios personajes de la novela. Por ejemplo, “los rayos de sol se filtraban a través del árbol y nos tocaban, los hombros y la cabeza” (51). 

En otras ocasiones, David transfigura la presencia constante del sol con imágenes poéticas que incluyen animales y fuego. De esta manera, el Sol actúa como una mascota, pues “el Sol, como un gato se levantó de las piernas de Pichardo y se fue” (Gardea 97). O bien describe la presencia del sol en las alturas y en la vida cotidiana: “todavía estaba el sol alto en el cielo” y “la cabeza rubia de Fernanda ardía como un fuego manso” (18). 

Sin embargo, el sol también es una fuerza negativa, un enemigo que afecta las vidas de algunos personajes y una fuerza que invade poderosamente el territorio de los humanos. Por un lado, afecta a todos los personajes: “Las piedras tenían sol y nos quemaban las manos” (Gardea 55). Por otro, el astro rey causa estragos constantes en el propio narrador: “El Sol, por momentos, me cegaba con sus resplandores”, cuando camina en las calles David “venía sudoroso y como apaleado por el sol” (57, 61). Incluso, los rayos incandescentes hasta le causan serios trastornos nerviosos al pequeño David, pues “la cabeza me hervía de sol” (59). También Francisca, la madre de David, se ve dañada por el excesivo calor del desierto: “Mi madre entró a la cocina, quejándose del sol” (80). 

 En general, el sol está asociado al fuego con imágenes cotidianas e imágenes poéticas por sus extraordinarios efectos en la vida de los personajes. Por ejemplo, David observa la presencia del sol en el cuerpo de uno de los habitantes de Placeres y lo personifica con un acción propia de un animal o mascota y lo describe con una brillante imagen poética: “El chofer llevaba el sol de un lado, echado en las piernas como una mancha de lumbre” (Gardea 95). Finalmente, el sol es casi un mágico dios que se apodera del espacio y de las vidas de los personajes y hasta destruye otro de los cuatro elementos básicos de la tierra: “Afuera el sol seguía devorando el aire” (61). El Sol, es pues, una presencia constante en la novela, un astro magnificado por la belleza poética y todo un personaje en la novela. Por ello, aparece en el título del texto y la obra puede ser vista como una novela espacial y novela poética. 


                         4. EL AMBIENTE DESOLADOR 

A pesar de la belleza y la alegría del sol, el lenguaje llano, la frase y el diálogo breves transmiten desolación. Este peculiar lenguaje narrativo es parte de la técnica depurada de Gardea, para mostrar un ambiente físico y moral negativo. Este aspecto estilístico denota, en cierta forma, la manera de hablar del norteño, en especial del hombre del desierto. Con esta sencillez del lenguaje narrativo, Gardea revela el ambiente solitario, triste y desolado del pueblo provinciano de Placeres. Es un lenguaje influido en parte por la obra narrativa del mexicano Juan Rulfo (1914-1986), quien construye eventos y descripciones de gran belleza y desolación, poesía y tristeza en la novela Pedro Páramo (1955) y en algunos cuentos de El llano en llamas (1953). 

A nivel estilístico, Gardea utiliza las frases breves, ceñidas y sugerentes, evitando exuberancia del lenguaje y la retórica excesiva del lenguaje. En cada párrafo, la narración avanza como “brinquitos de hormiga”, “tejiendo” paso a paso eventos, diálogos y descripciones para atrapar la mirada del narrador que apresa cada instante de la realidad cotidiana. Su prosa crea cadencia poética. En este sentido, el pueblo de Placeres se parece a Comala, el pueblo de la novela Pedro Páramo de Rulfo, pero ubicado en el tiempo histórico de la segunda mitad del siglo XX, un tiempo de cotidianidad, sin realismo mágico. Sin embargo, el universo de Rulfo es más complejo y real y mágico a la vez, un verdadero “infierno” de personajes; el de Gardea, un mundo realista, pero también, desolado y lleno de hastío. El propio narrador protagonista muestra este tedio cotidiano: 

Yo, para distraerme, si es que eso podía distraer a nadie miraba a través de los aparadores y de la puerta los comercios de enfrente. Igual de solitarios y muertos que el nuestro. No se les podía ver que tenían dentro. Pero yo conocía a sus dueños y esperaba verlos salir pronto al sol cruzar luego la calle, como si atravesaran un abismo de silencio y llegar a nuestra tienda a espantarnos el aburrimiento. (Gardea 29) 

 Por otro lado, los proyectos y negocios de los personajes muestran el ambiente desolado del pueblo y están marcados por el “virus” de la soledad y el fracaso. Por ejemplo, Vicente Gálvez abre un negocio de ferretería y su vida transcurre las horas tristes, con las calles desiertas, hasta que llega finalmente un cliente. A Vicente se le muere la madre y cuando recibe la noticia, su organismo reacciona y vomita. Por su parte, la vida solitaria de mami Lausé transcurre en el encierro y la melancolía. Esta desolación del personaje femenino se observa, particularmente, en este párrafo: La mami Lausé estaba otra vez en mi memoria, y la veía. Sola, en el sillón, sin nadie que le hiciera caso. Sola en la casa. Pegada en la ventana siempre. La vi diciéndome, con la luz reflejada en los vidrios de sus lentes: ‘éstas son mis tardes. . .” (Gardea 73). 

Finalmente, la desolación de la novela culmina con la muerte de Vicente, el padre de David. En el último capítulo, David cuenta cómo su padre enferma, se agrava su mal y tiene que ser llevado a la ciudad; en el viaje, el niño escucha las palabras premonitorias de su padre, las cuales dan fin a la novela con esta sugerencia desoladora y pesimista: “—Francisca —dijo—, ya no volveré” (Gardea 97). De este modo, el contraste entre tragedia humana y belleza solar dan gran fuerza narrativa a la novela de Gardea. Los eventos negativos, oscuros y tristes tienen su contrapeso en la visión poética del sol y su espléndida luz como símbolo de vida, alegría y belleza. 

En conclusión, El Sol que estás mirando de Jesus Gardea es una novela que aborda la vida cotidiana de una familia nuclear en medio de un pueblo del desierto norteño. Aunque la trama como conflicto se concentra en la vida y muerte de Vicente, quien es el padre de Fernanda y David, los verdaderos protagonistas de la novela son los componentes del ambiente físico de la pequeña población donde viven los Gálvez: los instantes cotidianos, el Sol y el ambiente emotivo desolado. Para resaltar este nivel descriptivo por encima del nivel puramente narrativo o conflictual, el narrador protagonista asume un papel trascendental: es una especie de poeta en prosa. En este sentido, la novela de Gardea es hermosa por su visión poética del espacio y puede clasificarse como una típica obra de ambiente o novela espacial más que una obra de acción o de personaje. 

 
                                                   Obras citadas 

Gardea, Jesús. El sol que estás mirando. México: Fondo de Cultura Económica, 1981.

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