jueves, 10 de marzo de 2016

EL MODERNISMO HISPANOAMERICANO EN "LITERATURA PURA (1890-1920)" DE PEDRO HENRIQUEZ URENA

EL MODERNISMO HISPANOAMERICANO EN “LITERATURA PURA (1890-1920)” DE PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA[1]


ÓSCAR ROBLES



      “Literatura pura [1890-1920]” es el capítulo VII del famoso y clásico libro Las corrientes literarias en la América Hispana de Pedro Henríquez Ureña.[2] Particularmente, esta sección se centra en la descripción de la corriente literaria del Modernismo hispanoamericano, a partir del análisis conciso y breve de los siguientes factores: 1) Su contexto socio-histórico: El liberalismo económico y sus repercusiones en la vida intelectual; 2) sus principales autores y obras: Los “adalides” o escritores clave como enfoque central; 3) sus géneros literarios, incluyendo la filosofía; 4) sus rasgos histórico-literarios; 5) su ubicación geográfico-temporal (extrañamente, lo “hispánico” en América incluye Brasil); 6) y su significación en el mundo occidental (España y Francia, especialmente).
     En general, la concepción historiográfica que predomina en todo el libro de Henríquez Ureña es “el criterio generacional”, es decir, la organización en grupos de escritores pertenecientes a una misma generación. La base de “el criterio generacional” son periodos de treinta años, de acuerdo al filósofo español José Ortega y Gasset (1883-1955). Por este motivo, el periodo de treinta años (1890-1920) aparece en el título de la citada sección del libro cimero del escritor dominicano. Este periodo corresponde, básicamente, a la primera y a la segunda generaciones modernistas. Por ejemplo, la primera generación modernista está compuesta por los cubanos José Martí (1853-1895) y Julián del Casal (1863-1893), el mexicano Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895), el colombiano José Asunción Silva (1865-1896) y por el nicaragüense Rubén Darío (1867-1916). En suma, el capítulo VII de Las corrientes literarias es una historia de generaciones y de “adalides” de la poesía, de la narrativa y del ensayo modernistas.
    Especialmente, la práctica historiográfica de Henríquez Ureña en el citado capítulo es una revisión muy crítica del enfoque positivista que dominaba en las décadas de los treinta y de los cuarenta, como señala Grínor Rojo.[3] En general, el Positivismo postula que el espíritu humano debe sacar verdades solamente “de la observación y de la experiencia” (“Positivismo”).[4] En particular, el criterio de verdad del Positivismo francés era muy limitado y por eso se dieron diversas críticas y revisiones a principios del siglo XX. De este modo, la historia citada de Henríquez Ureña fue una de las obras de su género que despertó el gusto por los “criterios generacionales”, junto con los estudios del cubano José Antonio Portuondo[5], durante las décadas de los cincuenta y de los sesenta en Hispanoamérica.
    El título descriptivo del capítulo VII hace referencia a la práctica de “la literatura pura” por parte del Modernismo. Esta corriente literaria es, precisamente, la primera gran contribución de Hispanoamérica a la literatura mundial. El Modernismo predomina entre 1890 y 1920. En dicho capítulo, Henríquez Ureña propone una visión más abarcadora de la literatura hispanoamericana moderna, más allá de lo que ha sido llamado tradicionalmente como “la literatura pura”. Por esta razón, el dominicano también analiza el papel del Positivismo en el ensayo y en la narrativa y el teatro regionalistas.   
     En este examen historiográfico, el escritor dominicano muestra las dotes características de su gran estilo de escritura, tales como la concisión y la mesura, el equilibrio y la profundidad. Estos cuatro rasgos esenciales también están presentes en el brillante ensayo “Utopía de América” y en el libro Seis ensayos en busca de nuestra expresión (1928) del propio Henríquez Ureña. Gracias a estos rasgos, el historiador evita el caos y la aglutinación de nombres y obras, de semblanzas biográficas y de análisis de textos; expone otras fuentes bibliográficas y una serie de notas para cada capítulo, justo al final del libro; y, finalmente, incorpora más información sobre otros autores y obras “menores” que no tienen espacio en los análisis literarios del capítulo VII. Asimismo, estas notas de cada capítulo revelan una gran documentación y un gran conocimiento de las literaturas iberoamericana, europea y estadounidense. Finalmente, estas acotaciones demuestran, sobre todo, la extraordinaria profundidad de la investigación de Henríquez Ureña en torno a las corrientes literarias de la América Hispana y, en especial, sobre el Modernismo.
      El capítulo VII no plantea un aparato teórico-conceptual, ya que su intención, ante todo, es hacer historia con la práctica. Por esta razón, más que elaborar una teoría sobre la literatura hispanoamericana o sobre lo “literario” de una manera explícita y más que problematizar los conceptos sobre nuestra literatura, Henríquez Ureña asume su posición de auténtico crítico literario con el ejercicio pleno de la historiografía y con la periodización de esta corriente clave de la literatura hispanoamericana, el Modernismo. Así pues, esta corriente literaria significó la independencia plena de la literatura hispanoamericana frente a la literatura de la península ibérica, en el tránsito del siglo XIX al siglo XX.
       La exploración del Modernismo por parte de Henríquez Ureña permite entresacar algunos aspectos teóricos que subyacen en sus esquemas y análisis como soportes de su particular enfoque de la historia literaria de Hispanoamérica. En esta aproximación historiográfica, es importante comentar dos enfoques polémicos en torno a la delimitación del objeto de análisis, es decir, en torno a la aproximación a “las corrientes literarias de la América Hispánica”. El objeto de análisis está enunciado en el título mismo del libro de Henríquez Ureña. Sin embargo, el criterio geográfico tiene una variante cultural: Incluye a la literatura brasileña en un libro cuyo título especifica que las corrientes literarias se refieren solamente a la “América Hispánica” y no a la “Ibérica”. En consecuencia, “América Ibérica” sería el término más adecuado para todo el libro, ya que se refiere a toda la cultura heredada de la península ibérica, donde se encuentran España y Portugal, los dos países generadores de las dos lenguas europeas que dieron origen a las literaturas hispanoamericana y brasileña, respectivamente, en el continente americano. Sobre este aspecto, Ana Pizarro[6] considera que la literatura brasileña es un “agregado aún” para Henríquez Ureña, pero ella piensa que de cualquier forma es “un logro que le debemos” porque es un “intento de integrar al Brasil en un perspectiva continental”.
Otro enfoque discutible en esta sección de Las corrientes literarias es la variedad de las tendencias y los géneros literarios analizados. Henríquez Ureña convierte su visión del Modernismo en “una especie de cajón de sastre en que todo vale y tiene sentido”, según Juan Villegas.[7] Así, por ejemplo, el escritor dominicano habla de los escritos filosóficos de la época como si fuera un género literario, explora demasiado las biografías (“historia de personalidades”) y engloba el Regionalismo (narrativa y teatro) bajo la “Literatura pura”. A pesar de estos enfoques polémicos, este recuento del Modernismo transita con gran amenidad, soltura y precisión del análisis de la literatura hispanoamericana al de la brasileña, de la poesía a la prosa, de la primera a la segunda generación de escritores modernistas, de las grandes personalidades a los autores menores, del Modernismo al Regionalismo, de Martí a Darío y, finalmente, de lo biográfico a lo estrictamente literario.
Especialmente, hay en este capítulo VII de Las corrientes literarias dos aspectos que se relacionan con los conceptos de la moderna teoría literaria de Hispanoamérica. El primero es la orientación teórica general y el segundo es el concepto de periodización. Con respecto al primero, se advierte que el escritor dominicano busca un equilibrio entre la llamada actualmente “textualidad pura” o “literariedad” —o sea, el examen de los elementos formales del lenguaje— y el discurso socio-histórico —es decir, el texto literario como objeto social y producto de la historia. En el aspecto de la “textualidad pura”, no se incluye un concepto base o “estructura” que les dé coherencia a todos los análisis. En el caso del discurso socio-histórico, no se incurre en el mecanicismo y el dogmatismo del materialismo histórico. Bajo el enfoque de la “textualidad pura”, analiza el léxico o vocabulario, el estilo, la métrica, la sintaxis, los temas y los géneros, todos entremezclados con los datos biográficos. Asimismo, con respecto a los aspectos socio-históricos de la época, incluye una revisión del oficio de escritor como un trabajo intelectual que se ajusta a su tiempo y, finalmente, hace un recuento biográfico de los principales autores modernistas. Con todas estas descripciones literarias e historiográficas, Henríquez Ureña desarrolla un sentido “ecléctico” y se acerca al “justo medio” tan característico de su prosa ensayística. En suma, para Henríquez Ureña, el objeto literario es al mismo tiempo una forma lingüística y una realidad histórica.
La periodización de este capítulo sobre el Modernismo hispanoamericano se basa en el “criterio generacional”, como ya se apuntó. Así pues, los escritores modernistas, “adalides” y autores menores, tienen rasgos literarios similares. Por esta razón, la generación literaria determina ante todo el periodo de la historia literaria que se discute en este brillante capítulo VII “Literatura pura [1890-1920]”. En consecuencia, los modernistas poseen lo que en la actualidad se llama una propia “sensibilidad vital” si se usa el concepto de Juan Villegas; o tienen una particular “visión de mundo” si se toma la idea de Lucien Goldmann.[8] En esta “sensibilidad vital” destaca precisamente el llamado “esteticismo” —la belleza como centro de la obra artística—, el cual es el “terreno” propio de la “literatura pura”.
También hay otros rasgos literarios comunes en las dos generaciones modernistas. Estas características son el exotismo, el cosmopolitismo, la evasión de la realidad y el temperamento melancólico de raíz romántica, según Henríquez Ureña. En general, la orientación política y “americanista” es una característica más propia de la segunda generación modernista, formada por el argentino Leopoldo Lugones (1874-1938), el uruguayo Julio Herrera y Reissig (1875-1910), el boliviano Ricardo Jaimes Freyre (1868-1933), el peruano José Santos Chocano (1875-1934), el mexicano Amado Nervo (1870-1919) y por el propio Darío como escritor “puente” de ambas generaciones. Como se sabe, Darío es una de las grandes personalidades de la primera generación y tiene una segunda etapa poética más “americanista”. Finalmente, para Henríquez Ureña, las grandes personalidades del Modernismo marcan la “sensibilidad vital” de la corriente o de la generación literarias. Estas figuras son principalmente Martí, del Casal, Gutiérrez Nájera, Silva y Darío.
En conclusión, el texto analizado de Henríquez Ureña es un texto clave dentro de la crítica literaria hispanoamericana y dentro de la crítica del Modernismo. Específicamente, este examen del Modernismo es significativo por tres razones principales: 1) El escritor dominicano considera al Modernismo como la primera gran aportación original de la literatura hispanoamericana al mundo; 2) el autor establece un criterio generacional de amplia tradición en el mundo hispánico; 3) y el autor caracteriza las visiones de mundo de las dos generaciones modernistas, a partir de la idea central de que son “literatura pura”.  



Obras citadas
“Comte, Augusto (1798-1857).” Los Doce Mil Grandes. Enciclopedia Biográfica
Universal. Vol. 8. Ed. Diane Downey. México: Promociones Editoriales
Mexicanas, 1982.
Henríquez Ureña, Pedro. “Literatura pura (1890-1920).”  Las corrientes literarias en
la América Hispana. 2ª ed. México: Fondo de Cultura Económica, 1954. 165-
188.
“Positivismo.” Pequeño Larousse ilustrado. Ed. Ramón García Pelayo y Gross.
México: Ediciones Larousse, 1991.







[1] Esta reseña crítica fue publicada originalmente en la excelente y ya desaparecida revista Chihuahua Moderno en marzo de 2013. El presente texto es una versión corregida y aumentada para brindarla a los gentiles lectores que consultan mi Blog.

[2] El dominicano Pedro Henríquez Ureña (1884-1946) perteneció al famoso Ateneo de la Juventud al lado de los mexicanos Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Antonio Caso y otros escritores más. Fue ensayista y profesor de la Universidad de Minnesota.

[3] El chileno Grínor Riojo (1941—) es crítico literario y autor de Globalización e identidades nacionales y postnacionales. . . ¿De qué estamos hablando? (2005), entre otras obras. Ha sido profesor en universidades de Chile y los Estados Unidos.

[4] El filósofo francés Augusto Comte (1798-1857) es autor de Curso de Filosofía Positivista (1830, 1833, 1842). Postuló en su “filosofía positiva” que los fenómenos políticos pueden ser analizados como leyes, que el fin principal del filosofo debe ser social y que la misión del pensador es “la reorganización de los sistemas políticos, morales y religiosos”, entre otros aspectos (“Comte” 44). Pensaba que el conocimiento pasaba por tres estados o etapas: La teológica, la metafísica y la positiva (44).

[5] José Antonio Portuondo (1911-1996) es crítico, ensayista e historiadora cubano. Publicó El contenido social de la literatura cubana (1944) y su célebre libro La historia y sus generaciones (1958), entre otras obras.

[6] La escritora chilena Ana Pizarro es profesora de la Universidad de Santiago de Chile y autora del libro Hacia una historia de la literatura latinoamericana (México: El Colegio de México, Universidad Simón Bolívar, 1987), entre otras obras.

[7] Juan Villegas es profesor e investigador chileno de la Universidad California en Irvine. Es autor de Teoría de historia literaria y de poesía lírica (1984) y Para un modelo de historia del teatro (1997), entre otras obras.

[8] Lucien Goldmann (193-1970) es un crítico rumano-francés de origen judío. Publicó Para una sociología de la novela (1964). 

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