domingo, 6 de junio de 2021

ESPÍRITU Y DIOS EN DOS POEMAS DE SANTA TERESA DE JESÚS Por Óscar Robles

Las Moradas o Castillo interior (1588) es considerada por la crítica como la mejor obra literaria de Santa Teresa de Jesús. Está escrita en prosa y su trama revela la honda vida interior y espiritual de la autora, mediante la construcción de una original y compleja alegoría del alma. Sin embargo, algunos textos poéticos de la escritora mística española muestran gran calidad artística y una gran visión espiritualista del mundo, bajo el impulso de la fe cristiana y en el polémico contexto de la Contrarreforma iniciada en el siglo XVI. En los poemas “Vivo sin vivir en mí” y “Nada te turbe”, se vierte la cosmovisión de la santa de la orden las Carmelitas: la vida en y con Dios representa amor, esperanza y fe, para enfrentar la dolorosa y dura vida material. 

Así pues, el espíritu religioso y Dios adquieren una gran resonancia artística en estos dos poemas esenciales de la santa española, tanto formal como temáticamente. Pertenecen a la serie de poemas de estribillo y villancicos octosílabos con carácter místico. Por su calidad métrica y lingüística, se caracterizar por “la sencillez, la espontaneidad, la viveza, la fluidez y la gracia del español hablado en su época” (Virgillo 165). En general, “Vivo sin vivir en mí” expresa el ferviente deseo del espíritu de unirse con Dios, el cual se halla concentrado en el paradójico título del mismo: la poeta y monja habita el mundo viviendo en otro mundo, el del espíritu contemplativo y extasiado con la figura de Dios. Es decir, ella asume una vida plenamente mística. En tanto, “Nada te turbe” funciona como una fina y sencilla conseja poética y sabia tejida con versos de arte menor: Dios es todo lo que se necesita para existir y superar los problemas del mundo material. En conjunto, los dos poemas configuran un alto y fino lirismo y transmiten una profunda espiritualidad que evade los avatares y conflictos de la vida social y material de su tiempo. 

I “VIVO SIN VIVIR EN MÍ”: LA FE PROFUNDA EN DIOS Y LA VERDADERA VIDA 

“Vivo sin vivir en mí” se concentra en el ferviente deseo de fundir el alma con Dios, como parte de una visión mística y para liberarse de la pesada vida material. En el mensaje sumario del poema, una santa muy espiritual, visionaria e imaginativa funciona como hablante poético central que confiesa su feliz vida interior: vivir en permanente estado de éxtasis místico. Sus sentidas emociones muestran la visión constante y el sentimiento de que Dios habita en su alma, lo cual significa un acto de libertad para su corazón. En especial, la segunda estrofa expresa su peculiar estado interior de monja mística, por medio de los deliquios del lenguaje poético: “Vivo ya fuera de mí, / después de que muero de amor; / porque vivo en el Señor, que me quiso para mi” (Santa Teresa 166, líneas 4-7). Sin embargo, ella padece todavía las confinaciones de la materia y el cuerpo. Por este motivo, manifiesta una constante ansia de morir en la vida material para vivir en el mundo espiritual y unirse plenamente a Dios, quien representa el supremo Amado. De ahí que se repita justo al final de las nueves estrofas su sumaria visión de mundo, mediante una memorable paradoja que revela finalmente una verdad profunda: “que muero porque no muero”, es decir, la muerte física es vida espiritual y eterna en el reino de Dios. 

Por esta suprema aspiración ultraterrenal, el ferviente y visionario personaje místico del poema establece su visión de mundo. Así, las metáforas “saborativas” construidas con sencillos adjetivos califican las tres entidades superiores y universales del mundo: vida, amor y muerte. Por ejemplo, dice “ay qué vida tan amarga” (Santa Teresa 166, línea 25). Sin embargo, asegura que “es dulce el amor” y desea que “venga ya la dulce muerte” (166, líneas 27 y 43). En especial, este último verso subraya el placer de morir mediante la palabra “dulce”, que funciona como epíteto “saborativo” y metafórico. Así pues, las constantes oposiciones de vida y muerte prolongan dicha visión de mundo propia de una mística visionaria: morir figurativamente para vivir espiritualmente en unión con Dios. Estas esenciales oposiciones aparentes funcionan como paradojas y dominan el poema, con distintas variantes gramaticales a base de sustantivos (vida y muerte) y verbos (vivir y morir). De esta manera, algunas sencillas expresiones líricas definen clara y plenamente esa cosmovisión espiritualista: “Aquella vida de arriba [la del cielo o paraíso], / que es la vida verdadera” (Santa Teresa 166, líneas 46 y 47). Para dar realce al profundo contenido espiritualista, el poema consta de nueve estrofas y cincuenta y nueve versos octosílabos. Particularmente, la primera es una estrofa de tres versos de arte menor que aparece en letra itálica o cursiva. El tercer verso de tal estrofa está integrado al final de todas las ocho estrofas siguientes y es destacado mediante el citado tipo de letra. Sin duda, es la idea o tema central del poema: “que muero porque no muero”. Como se observa en este verso, la repetición formal del verbo en presente de indicativo enfatiza la paradoja y la fuerza de la idea y crea al mismo tiempo una rima consonante interna (ero / ero) y una particular cadencia con el uso del verbo “muero” dos veces. De este modo, las cualidades sonoras del poema armonizan con el alto contenido espiritualista y religioso del mismo. Además de las paradojas como figuras retóricas centrales, cuatro metáforas “carcelarias” concentran el gran y paradójico drama espiritual del hablante poético dentro de la vida material y social. 

De esta manera, se multiplican las visiones de su original y contradictoria pasión mística y las metáforas se potencian como símbolos que configuran finalmente una pequeña alegoría en las estrofas tercera y cuarta. El sentimiento hacia Dios es “esta divina prisión / del amor”, dicha cárcel hace “libre mi corazón”, Dios es “mi cautivo” y “mi prisionero” y el cuerpo de ella se traduce en “esta cárcel, estos hierros en que el alma está metida” (Santa Teresa 166, líneas 11-12, 14, 13, 16, 20-21). Por otro lado, la voz poética de la santa visionaria piensa que la vida material es un tránsito pasajero y un exilio del paraíso espiritual, por medio de una exclamación que es metáfora: “¡Qué duros estos destierros!” (166, línea 19). 

Finalmente, las tres estrofas finales hacen que la voz interior de la hablanta lírica, una monja visionaria y espiritual, proyecte su angustia de vivir queriendo habitar en la otra vida, después de la muerte física. Entonces, ella desahoga su hondo amor a Dios y le habla a la propia vida y a la propia muerte como si fueran entidades animadas o personas y confidentes. Mientras las seis primeras estrofas se caracterizan por el monologante discurso místico y espiritual, la estrofa séptima incluye un diálogo con la vida, a la cual le dice “no me seas molesta”; en tanto, la novena estrofa es una elegante y compleja interrogante que define a las dos vidas, la material y la espiritual, mediante una paradoja: “Vida, ¿qué puedo yo darte / a mi Dios, que vive en mí / si no es el perderte a ti / para merecer ganarte?” (Santa Teresa 166, líneas 53-56). En tanto, a la propia muerte ella le pide su muerte física para vivir de verdad en la mejor vida, la vida del cielo: “no me seas esquiva; / viva muriendo primero” (166, líneas 50-51). De esta forma, esta paradoja refleja su ardiente deseo de vivir la otra vida y recalca la idea de que la vida verdadera es la espiritual, porque está unida a Dios en plenitud en un espacio puramente espiritual, que es el cielo o paraíso. Asimismo, la vida ultraterrena no puede gozarse a plenitud “estando viva” dentro del mundo material (166, línea 49). 

En resumen, todos los elementos poéticos examinados arriba configuran una profunda cosmovisión mística: vida espiritual pura y amor a Dios. Así, las variadas paradojas de muerte como verdadera vida, las metáforas y símbolos de la prisión y el destierro, la alegoría del amor a Dios y las dos entidades abstractas de la vida y la muerta que operan como oyentes líricos o apóstrofes, todo ello potencia la honda visión espiritualista y mística de su propia vida, que Santa Teresa de Jesús construye en su brillante poema “Vivo sin vivir en mí”. 

         II. EL SUFRIMIENTO Y DIOS EN “NADA TE TURBE” 

“Nada te turbe” es un breve poema de nueve versos de arte menor, los cuales fluyen con gran cadencia y penetran en el alma como bálsamo que cura las penas del mundo material. El hablante lírico es una voz impersonal que denota sabiduría y gran fe en Dios y funciona como una autoridad espiritual, como una especie de monja asceta, paciente y muy experimentada que ha vivido y observado los sufrimientos del ser humano, desde muy cerca. En particular, el carácter didáctico del poemita se concentra en la configuración de un oyente lírico paradigmático o apóstrofe a quien se le vierten sabios consejos: el cristiano afligido y sufriente. Por esta razón, abren el poema dos verbos en modo imperativo y forma de negación. Estos verbos operan como sutiles sugerencias y recomendaciones para asumir actos de resistencia frente a los conflictos humanos: “nada te turbe”, “nada te espante” y el impersonal “nada le falta”. A nivel formal, el pronombre indefinido “nada” otorga armonía como anáfora inicial de los versos primero, segundo y octavo. En cambio, los otros seis verbos del poema aparecen conjugados en presente de indicativo y con formas afirmativas, para transmitir la sabiduría del vivir con paciencia y proponer a Dios como el único gran tesoro que posee el ser humano. Asimismo, sus nueve versos pentasílabos adquieren gran dinamismo y ritmo de cancioncilla, mediante dos anáforas de significado absoluto. Además de la ya citada anáfora “nada”, el pronombre indefinido “todo” se repiten en los versos tercero y sexto, respectivamente. Todas las anáforas se encuentran al inicio de los versos y totalizan la vida de manera negativa y positiva, para luego reafirmar la honda fe en Dios, como suprema compañía y posesión del espíritu humano en la vida material y social. Al mismo tiempo, las rítmicas asonancias del poemilla refuerzan la sonoridad al final de cuatro breves versos, por medio de la repetición de las vocales a-a. Dichas asonancias relucen particularmente en los versos tercero, sexto, octavo y noveno. En tanto, los versos blancos son el primero, el segundo, el quinto y el séptimo. 

De este modo, este suave poemita suena como melodía acariciante para curar el alma dolorida. En tanto, su mensaje o contenido positivo se saborea como un balsámico té herbal o una sopita de pollo o pescado con vegetales. “Nada te turbe” puede servir como una un sabio consejo y puede ser un poema para cargar en un bolsillo de la ropa o la cartera o en la memoria, para ser recordado en cada momento difícil de la vida. En cierta manera, el texto de Santa Teresa de Jesús funciona como los poemas y consejos del Tao Te King (siglo VI a. J.C.) de Lao-Tsé. En conjunto, este poema de Santa Teresa de Jesús es de corte didáctico y religioso y revela una sencilla sabiduría del vivir cristiano. Por un lado, aconseja ser paciente para enfrentar todas las perturbaciones y problemas de la vida, pues el mundo cambia constantemente. Por otro, concluye de manera contundente con la revelación de una presencia poderosa en la vida de todo ser humano que sirve de esperanza y apoyo superior para el espíritu: “Quien a Dios tiene / nada le falta: / sólo Dios basta” (Santa Teresa 167, líneas 7-9). 

                III BIOGRAFÍA SUCINTA DE LA ESCRITORA 

El verdadero nombre de Santa Teresa de Jesús era Teresa de Cepeda y Ahumada (1515-1582). Nació en Ávila, España, donde se hizo monja en el convento de las Carmelitas a los diecinueve años de edad. Fundó más de treinta conventos y monasterios con la ayuda del poeta místico español San Juan de la Cruz, como parte activa y administrativa de un proceso de reformas de la Orden del Carmelo en España. Inspirada en los libros de caballería, su misión en la vida fue luchar contra las injusticias de la sociedad y corregir sus errores, como una especie de Don Quijote de la Mancha de la religión católica. Por su gran labor humanitaria y religiosa, ella fue apoyada por el Papa Pío IV (1499-1565) y por el rey Felipe II de España (1527-1598), quienes promovían en Europa la Contrarreforma. Fue canonizada como santa cuarenta años después de su fallecimiento. Es autora de las obras autobiográficas Libro de su vida y Libro de las fundaciones y de los textos didáctico-morales Camino de perfección y Las moradas o Castillo interior. Una tercera categoría incluye Cartas y Poesías. Una buena parte de sus escritos fue publicada en 1588, seis años después de su muerte. Su obra más destacada es Las moradas o Castillo interior, la cual narra una aventura alegórica del alma que se convierte en “un castillo de diamantes, cuyas doce habitaciones conducen a Dios” (Virgillo 165). Su obra poética se compone básicamente de estribillos o villancicos en versos octosílabos y es clasificada como poesía mística, ya que busca “la salvación mediante la fe y expresa el deseo del alma de unirse con Dios” (165). 

                                                   Obras citadas 

Santa Teresa de Jesús. “Nada te turbe.” Aproximaciones al estudio de la literatura hispánica. Por Carmelo Virgillo, Teresa Valdivieso y Edward Friedman. 5ª ed. New York: Mc Graw Hill, 2004. 167. —.“Vivo sin vivir en mí.” Aproximaciones al estudio de la literatura hispánica. Por Carmelo Virgillo, Teresa Valdivieso y Edward Friedman. 5ª ed. New York: Mc Graw Hill, 2004. 166. 
Virgillo, Carmelo, Teresa Valdivieso y Edward Friedman. Aproximaciones al estudio de la literatura hispánica. 5ª ed. New York: Mc Graw Hill, 2004.

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