lunes, 27 de julio de 2015

REFORMAS ESTRUCTURALES Y REFORMA MORAL EN EL MEXICO DEL SIGLO XXI

REFORMAS ESTRUCTURALES Y REFORMA MORAL EN EL MÉXICO DEL SIGLO XXI


ÓSCAR ROBLES


         Se habló mucho de las reformas estructurales (laboral, fiscal, energética, educativa, sistema de pensiones) durante el sexenio de Felipe Calderón (2006-2012). La coyuntura clave para dicha aprobación eran los dos primeros años de gobierno de dicho presidente. Se contaba, entonces, con una democracia sólida, pluripartidismo, una vigorosa estructura macroeconómica, una deuda externa baja y otros factores importantes.
Después, el presidente Enrique Peña (2012-20018) logra la aprobación de  varias de dichas reformas y otras más, justo al comienzo de su gobierno. Con ello, se abre un panorama promisorio, pero el entorno económico externo no es tan favorable (peso devaluado, creciente deuda externa, precios bajos de petróleo, crecimiento económico bajo de los Estados Unidos) y la nación enfrenta serios problemas internos (crimen, violencia, ilegalidad, corrupción, pobreza, bajo nivel educativo).
         Estas reformas estructurales afectan hondamente la vida material de los mexicanos. Ahora urge una auténtica reforma moral en toda la sociedad mexicana: En familias, escuelas, medios de comunicación masiva, entidades gubernamentales y toda institución de civilización.
         Esta reforma moral es más compleja por su naturaleza espiritual. Sin embargo, la conformación de una ética personal y una moral pública pueden estimularse a través de una serie de actividades sociales y culturales concretas,  tales como numerosos torneos deportivos, participación en actividades artísticas, conexión de las iglesias con las vidas cotidianas de las familias, promoción de tareas comunitarias y, desde luego, por medio de una significativa educación en las escuelas de todos los niveles.
Esta reforma moral afecta, pues, la conciencia de los mexicanos y puede tomar un largo tiempo. Por ejemplo, la investigadora y periodista mexicana María Amparo Casar declaró en el gran diario El Economista, hace una semanas, que va a tomar alrededor de cuarenta años controlar la corrupción en México, uno de los grandes problemas derivados precisamente de la falta de una sólida ética personal y una robusta moral pública.
         El Estado mexicano debe plantear algunos programas nacionales importantes, para reestructurar a la familia, a la escuela, a los medios de comunicación masiva y, de ser posible, a la misma iglesia, para desarrollar profundos “cambios éticos” en las conductas de los ciudadanos y difundir más valores morales altamente positivos, creativos y constructivos.
          Los duros embates del materialismo recalcitrante, el consumismo, la corrupción y de la violencia han diseñado nocivas morales personales y públicas y la exaltación perniciosa de las “anticulturas” del crimen. Estas morales son más negativas que positivas y marcadamente anti-ciudadanas y anti-nacionales, en los mexicanos del tercer milenio. El crimen organizado, por ejemplo, es un gran negocio transnacional que transgrede toda norma de los gobiernos nacionales.
         La reforma moral es fundamental para que en verdad funcionen y cristalicen las reformas estructurales aprobadas en 2014, con más recaudación fiscal, más fondos económicos por la venta de petróleo, mejores precios en los servicios de telecomunicaciones y, esencialmente, con una educación basada en el conocimiento, la cultura, la ética y el deporte y en mejores maestros, mejores líderes y mejor equipamiento.
Sin la conciencia moral, las leyes se violan y se pervierten. Con una buena conciencia moral, se fortalecen el nacionalismo mexicano, la identidad nacional y las otras identidades colectivas y comunitarias y florece la cultura nacional.
La forma grupal de “la banda”, derivado del crimen y la música, ha sido muy limitado, anti-ciudadano y violento; ha contaminado las formas de asociación entre los mexicanos en diversos ámbitos de la sociedad; y, sobre todo, ha mostrado ser un lamentable factor de división nacional.
La reforma moral es clave para el nacionalismo mexicano, para una nueva fase de modernización capitalista, para la construcción de riqueza material y cultural y para un mejor bienestar de la mayoría de los ciudadanos de México.

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