MIS AMADOS COMERCIOS DE LA INFANCIA
ÓSCAR ROBLES
De niño,
yo rondaba el sector de la Plaza Merino de la ciudad de Chihuahua a la búsqueda
de comida, historietas, juguetes y útiles escolares. Acudía con cierta frecuencia
a la Refresquería Martínez, la cual fue fundada en 1937; bebía ocasionalmente café
y pan en el Café Imperial, iniciado en 1924; me envolvía en los vericuetos y
canastos de monitos de la Casa del Barillero, que funcionaba como juguetería y papelería.
Eran sencillos placeres de ciudad provinciana.
La Refresquería
Martínez estaba ubicada justo dentro de la Plaza Merino y ahí sigue trabajando
con modificaciones de productos modernos; el Café Imperial comenzó a dar
servicios en un pequeño local de la calle Cuarta, casi esquina con Doblado, y
ahora opera en la calle Trías, muy cerca de la Cuarta; La Casa del Barillero desplegaba
sus vitrinas en la calle Libertad, muy cerca de la misma Cuarta, pero ya desapareció del
mapa comercial del Centro Histórico de la capital del Estado Grande.
En ese lejano tiempo, no había
complejas, abundantes y variadas tiendas de cadena comercial como ahora, en el global siglo veintiuno. Así que los niños de la década de los sesenta buscábamos en
esos tres sitios mencionados imaginación, comida rica, ilusión y entretenimiento.
Salíamos del hogar en camión urbano para divertirnos y a veces entrábamos a los
cines de dicho sector populoso por unos cuantos pesos.
Nuestra
imaginación infantil suplía las carencias de cultura popular de la capital. Yo compraba
en la Refresquería Martínez licuados de Choco Milk, empanadas, historietas de
vaqueros y superhéroes y revistas deportivas y me sentaba a disfrutar de esos “alimentos”
de cuerpo y espíritu en una banca de la Plaza Merino, bajo un tiempo de franca paz
social.
Mi
padre y yo bebíamos rico café Combate con leche en la famosa e histórica fonda
propiedad de un inmigrante japonés, cuya fachada ostentaba la clásica jarra
roja sobre fondo amarillo de dicha fábrica de café situada entonces en la
Avenida Zarco. El Café Imperial expendía entonces café, crujiente repostería y
leche con Choco Milk, según me comentó el propietario actual de dicho negocio sito en la céntrica Trías mientras yo mercaba un vaso de café con un quequi
y una galleta, de pie, cerca del mostrador.
La Casa
del Barillero también estaba inmersa en ese populoso sector de la capital de
Chihuahua. Ya cerró sus puertas desde hace tiempo. Era el paraíso de los sencillos
juguetes de plástico y de los artículos escolares. Ofrecían en sus vitrinas y
mostradores lápices Mirado, colores de madera de Blanca Nieves y los
Siete Enanos y cuadernos marca Polito y Colonial, entre otros
productos para escolantes.
En ese pequeño
circuito de pocas calles yo deglutía churros con azúcar, jamoncillos, rebanadas de coco azucarado y quesos
de tuna, los cuales eran vendidos en los puestos callejeros, y contemplaba los creativos e ingeniosos
carteles de publicidad en los antiguos cines Plaza y Alcázar; en esa zona, yo me moví durante
mi infancia. Era un feliz niño hijo de inmigrantes rurales del noroeste del
estado de Chihuahua.
Me embrujaban
los dulces alimentos, el hechizo de las historietas con sus dibujos y
parlamentos breves y los monitos de El Llanero Solitario, Toro y El Zorro, de los
animales de la granja, de los verdes soldados de Combate y de los buzos
con sus peces y corales, las troquitas, las floreadas y coloridas canicas y los bailarines
trompos de encino y pino.
Me
fascinaban en especial los comics americanos: Red Ryder, Tarzán, El
Llanero Solitario, Archie y sus amigos. . . Me seducía la revista Arena, Box y
Lucha con sus fotos de enmascarados impresos en tinta azul y las crónicas de
las batallas semanales del grupo de El Santo y El Solitario en la Arena México;
me encantaban las fotos y pósteres de Carlos Reynoso, Vicente Pereda, Alberto
Quintano y Miguel Marín; me atraían los olorosos cuadernos de papel, los pequeños
diccionarios de palabras y los lápices y colores de madera.
Esos
amados comercios del centro de la ciudad de Chihuahua emergieron como mi sencillo
espacio de ilusión, juego y ricos manjares, dentro del sector de la Plaza Merino, durante los lejanos sesenta.
México
y la ciudad de Chihuahua vivían un prolongado tiempo de verdadera paz y un más hondo
sentido de comunidad en esos lejanos años de los sesenta. Los barrios y
colonias eran espacios de convivencia sana y amorosa.
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