miércoles, 29 de enero de 2025

MIS AMADOS COMERCIOS DE LA INFANCIA

 MIS AMADOS COMERCIOS DE LA INFANCIA

 

ÓSCAR ROBLES

 

     De niño, yo rondaba el sector de la Plaza Merino de la ciudad de Chihuahua a la búsqueda de comida, historietas, juguetes y útiles escolares. Acudía con cierta frecuencia a la Refresquería Martínez, la cual fue fundada en 1937; bebía ocasionalmente café y pan en el Café Imperial, iniciado en 1924; me envolvía en los vericuetos y canastos de monitos de la Casa del Barillero, que funcionaba como juguetería y papelería.

Eran sencillos placeres de ciudad provinciana.

         La Refresquería Martínez estaba ubicada justo dentro de la Plaza Merino y ahí sigue trabajando con modificaciones de productos modernos; el Café Imperial comenzó a dar servicios en un pequeño local de la calle Cuarta, casi esquina con Doblado, y ahora opera en la calle Trías, muy cerca de la Cuarta; La Casa del Barillero desplegaba sus vitrinas en la calle Libertad, muy cerca de la misma Cuarta, pero ya desapareció del mapa comercial del Centro Histórico de la capital del Estado Grande.

          En ese lejano tiempo, no había complejas, abundantes y variadas tiendas de cadena comercial como ahora, en el global siglo veintiuno. Así que los niños de la década de los sesenta buscábamos en esos tres sitios mencionados imaginación, comida rica, ilusión y entretenimiento. Salíamos del hogar en camión urbano para divertirnos y a veces entrábamos a los cines de dicho sector populoso por unos cuantos pesos.

          Nuestra imaginación infantil suplía las carencias de cultura popular de la capital. Yo compraba en la Refresquería Martínez licuados de Choco Milk, empanadas, historietas de vaqueros y superhéroes y revistas deportivas y me sentaba a disfrutar de esos “alimentos” de cuerpo y espíritu en una banca de la Plaza Merino, bajo un tiempo de franca paz social.

         Mi padre y yo bebíamos rico café Combate con leche en la famosa e histórica fonda propiedad de un inmigrante japonés, cuya fachada ostentaba la clásica jarra roja sobre fondo amarillo de dicha fábrica de café situada entonces en la Avenida Zarco. El Café Imperial expendía entonces café, crujiente repostería y leche con Choco Milk, según me comentó el propietario actual de dicho negocio sito en la céntrica Trías mientras yo mercaba un vaso de café con un quequi y una galleta, de pie, cerca del mostrador.

          La Casa del Barillero también estaba inmersa en ese populoso sector de la capital de Chihuahua. Ya cerró sus puertas desde hace tiempo. Era el paraíso de los sencillos juguetes de plástico y de los artículos escolares. Ofrecían en sus vitrinas y mostradores lápices Mirado, colores de madera de Blanca Nieves y los Siete Enanos y cuadernos marca Polito y Colonial, entre otros productos para escolantes.

          En ese pequeño circuito de pocas calles yo deglutía churros con azúcar, jamoncillos, rebanadas de coco azucarado y quesos de tuna, los cuales eran vendidos en los puestos callejeros, y contemplaba los creativos e ingeniosos carteles de publicidad en los antiguos cines Plaza y Alcázar; en esa zona, yo me moví durante mi infancia. Era un feliz niño hijo de inmigrantes rurales del noroeste del estado de Chihuahua.

        Me embrujaban los dulces alimentos, el hechizo de las historietas con sus dibujos y parlamentos breves y los monitos de El Llanero Solitario, Toro y El Zorro, de los animales de la granja, de los verdes soldados de Combate y de los buzos con sus peces y corales, las troquitas, las floreadas y coloridas canicas y los bailarines trompos de encino y pino.

          Me fascinaban en especial los comics americanos: Red Ryder, Tarzán, El Llanero Solitario, Archie y sus amigos. . . Me seducía la revista Arena, Box y Lucha con sus fotos de enmascarados impresos en tinta azul y las crónicas de las batallas semanales del grupo de El Santo y El Solitario en la Arena México; me encantaban las fotos y pósteres de Carlos Reynoso, Vicente Pereda, Alberto Quintano y Miguel Marín; me atraían los olorosos cuadernos de papel, los pequeños diccionarios de palabras y los lápices y colores de madera.

        Esos amados comercios del centro de la ciudad de Chihuahua emergieron como mi sencillo espacio de ilusión, juego y ricos manjares, dentro del sector de la Plaza Merino, durante los lejanos sesenta.

          México y la ciudad de Chihuahua vivían un prolongado tiempo de verdadera paz y un más hondo sentido de comunidad en esos lejanos años de los sesenta. Los barrios y colonias eran espacios de convivencia sana y amorosa.

           

 

         

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