miércoles, 21 de febrero de 2018

EL DIBUJANTE PRODIGIOSO

EL DIBUJANTE PRODIGIOSO



ÓSCAR ROBLES




        Dibujó al instante varias figuras en su cuaderno con habilidad, presteza y certeza, bajo el impulso de una gran creatividad mientras conversaba sobre su vida. Plasmó en una hoja de cartoncillo la imagen sencilla de una anciana con bastón que caminaba por el Paseo Victoria y luego trazó con suma rapidez un rostro de perfil en otra hoja igual, con trazos sinuosos.
Las dos figuras humanas brotaron de su lápiz mágico y gris en sólo unos minutos cuando estaba sentado en una banca de madera de la Avenida Independencia, justo al lado mío. Estábamos cerca de la Plaza de Armas de la ciudad de Chihuahua y habíamos caminado varias cuadras por el famoso Paseo Victoria erigido bajo el gobierno del alcalde Marco Quezada y nos habíamos sentado en diferentes lugares para intercambiar nuestras ideas.
          Trazaba líneas y líneas de una manera compulsiva hasta que los volúmenes corporales aparecían en su cuaderno escolar, justo frente a mí, que lo observaba detenidamente, maravillado y absorto. Y a veces se fumaba un cigarrillo discretamente, echando el humo lejos de mi presencia.
          Antes, me había mostrado su carpeta colmada con sus dibujos frente a la Plaza Hidalgo: Rostros diversos, edificios y casas, la cara del muralista mexicano José Clemente Orozco con su clásicos espejuelos y su bigotito, todas las imágenes entre un mar de líneas que apenas pude percibir de un vistazo. . . Vegetación de belleza.
         Me había abordado en el patio del prominente Palacio de Gobierno del Estado de Chihuahua, donde ambos admirábamos los grandes murales históricos del hidalguense Aarón Piña Mora. Contemplaba yo la escena del conquistador español Álvar Cabeza Núñez de Vaca, semidesnudo y musculoso, en medio de los llanos chihuahuenses, rodeado por sus compañeros españoles de travesías, mujeres, indígenas y por el negro Estebanico mientras reparten peces y calabazas como alimento, todos ubicados en medio de un imponente paisaje natural de pastos y colinas, todos trazados con una prodigiosa imaginación histórica en homenaje al tiempo de la conquista y colonización de Chihuahua durante el siglo XVI, con una belleza grande sobre el Estado Grande. Este episodio histórico sobre el autor de Naufragios (1542) es una de las mejores escenas de todos los murales sobre la historia de Chihuahua plasmados en el Palacio de Gobierno, por su belleza poética y por sus colores suaves y serenos.
          En el Palacio, el joven me habló primero en inglés porque él pensaba que yo era estadounidense. Es común ver turistas del vecino país del norte visitar este edificio y admirar estos clásicos murales que relatan la historia de Chihuahua, desde la Conquista [Cabeza de Vaca] hasta la Revolución Mexicana [Pancho Villa]. Luego, entablamos conversación en español y caminamos por la calle Libertad.
Entonces, me contó de su historia de joven universitario; me describió sus trabajos de dibujante y pintor; me confesó sus pasiones por las artes plásticas y la ciencia; me habló de su admiración por la biografía y la obra del español Pablo Picasso. Y en cada tramo de conversación y caminata, exhibía su inteligencia lúcida, caminando desde el Palacio de Gobierno hasta la Plaza de Armas.  
          En especial, me exponía que los artistas y escritores locales deberían organizarse más en diferentes grupos, para hacer frente a la crisis económica y social que vivía la ciudad de Chihuahua en 2016 y que todavía  padece en este año de 2018 en que escribo de este encuentro fortuito y mágico.  Refería que en otras épocas históricas había gremios y cofradías de artistas y escritores, grupos de lo que ahora se conoce con el nombre de “creadores culturales”.
       Este talentoso joven estudiaba en 2016 en la Facultad de Artes de la Universidad Autónoma de Chihuahua (UACH) y había pintado retratos de los ex alcaldes de la ciudad de Chihuahua Javier Garfio y Marco Quezada y algunos miembros de la conocida familia de empresarios los Creel, según me confesó en nuestra caminata por el bello Centro Histórico de la ciudad capital del estado norteño.
          Moreno, menudito, ojos incisivamente negros, incisiva—mente en sus comentarios, el dibujante cargaba su morral con cuadernos y lápices y un color blanco para matizar los rasgos faciales y corporales de las figuras dibujadas.
          Su habilidad era patente y su imaginación lucía rápida y fugaz como vuelo de ave o como peces nadando en el agua. Se advertía su percepción visual quintaesenciada en el justo instante creador y espontáneo. Mientras estaba sentado en diferentes bancas, se impulsaba vigorosamente a captar volúmenes, rasgos y conjuntos y el follaje de líneas grises se aglutinaba sobre el papel, como hierbas; se acumulaban las figuras sobre el papel blanco o sobre el cartoncillo de color café claro hasta forjar la imagen deseada, hasta cuajar figurativa—mente diversos humanos, objetos, edificios. . . Su trabajo era como una suerte de bipolaridad creativa, de hiperactividad lúcida y lucida.
          Joven prodigio del dibujo, me platicó durante la caminata que dibujaba todos los días para dominar el oficio de configurar imágenes de la calle, con soltura y facilidad, imágenes que captaba y luego depositaba en libros e en archivos de Internet.
          Ya sentados en una banca de la calle Tercera, esquina con el Paseo Victoria, hablamos más tendido de la vida, del arte y de su profesión:
          —Dominique Ingrès es el mejor pintor para mí —me confesó.
Por cierto, una obra de este pintor francés neoclásico causó gran sensación en España hace unos años y fue expuesta en un museo de Madrid. Era su famosa y sensual pintura La Gran Odalisca (1814).
— ¿Y qué piensa de los pintores flamencos medievales y barrocos,  tales como Van Eyck, Rembrandt y La Tour? —le inquirí, siguiendo nuestra amena y plácida conversación en la calle.
        —Son muy buenos. Rembrandt pintaba con mucho realismo las figuras humanas.  .  .
          — ¿Cómo en La lección de anatomía? —comenté preguntando.
Esta famosa pintura del artista holandés del Barroco se titula precisamente La lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp y data de 1632.
          —Así es —contestó parcamente.
       Luego, el dibujante “transitó” hacia otro tema y me dijo que las figuras de muchos de sus dibujos no están ubicadas en la ciudad de Chihuahua, ya que no busca imágenes más acabadas. En especial, explicó que sus dibujos se formaban a partir de un círculo, de “una visión Gestalt del mundo” y que sobre ese círculo brotaban las figuras. Este comentario fue un tanto complejo, parco y misterioso. Ya no quiso explicar más.
          Entonces, le hablé del artista chihuahuense Fernando Rascón y de la pintora chilena Rocío Infestas, ambos formados en escuelas plásticas de los Estados Unidos y residentes de la ciudad de Chihuahua hacia 2016. Los dos pintores y escultores mencionados contaban en la presente década con un espacio de exposiciones en la agradable Galería La Estación, situada en la calle Aldama, muy cerca de la Avenida Ocampo.
          —Ah sí, él pinta con la técnica del “dripping” o goteo, siguiendo la técnica implementada por el norteamericano [Jackson] Pollock, quien a su vez la toma del mexicano [David Alfaro] Siqueiros.
         También le mencioné a los chihuahuenses Miguel Valverde, Francisco León y Violeta Rivera y a la coahuilense Nancy Gabriel, todos ellos artistas conocidos en el medio artístico de la capital de Chihuahua.
          En eso, aparecio mágicamente la artista Nancy Gabriel, caminando con su novio por el Paseo Victoria rumbo a la calle Tercera. Los saludamos y le dije a ella que yo había publicado un texto en mi blog sobre la muestra Falsas necesidades, la cual fue pintada por ella y fue exhibida en el museo Casa Chihuahua Siglo XIX. En estos cuadros, ella proyectaba una vigorosa crítica visual del consumismo y el materialismo capitalista del siglo XXI a través de la reproducción y la alteración plástica de los productos de consumo propios de nuestro tiempo.
          —Busque este artículo en Internet con esta dirección —le informé. Luego, me agradeció y nos despedimos.
     Después, el joven dibujante siguió trazando líneas y volúmenes compulsivamente, tal vez siguiendo la destreza natural de su ídolo Picasso, uno de los grandes artistas que renovó el dibujo en sus diferentes etapas pictóricas.
      Fumaba, hablaba, pensaba, veía, dibujaba sobre su cuaderno y matizaba sus dibujos con el color blanco y la conversación seguía en forma amena.
          De pronto, propuso pintar un cuadro con mi imagen, pero yo decliné ese generoso gesto de artista.
          —En la Edad Media —retomó su plática—, los artistas y escritores trabajaban en grupos, se ayudaban. Ahora todos son muy individualistas.
          Estuve de acuerdo con este juicio certero. Luego, le comenté que el arte está muy vivo en la ciudad de Chihuahua, que yo había visitado los museos y galerías con mucha frecuencia, como un simple diletante que aprecia las diferentes exhibiciones de pinturas, esculturas, fotografías, cerámicas y otras formas de artes plásticas.
       Extrañamente, este joven dibujante no quería exponer todavía en algún museo local, puesto que estaba forjando su oficio de artista a través de la práctica constante y compulsiva del dibujo en las calles, donde pasaba la vida viva y fresca del Chihuahua actual, fascinante y convulsivo a un tiempo. Por ello, producía en serie y en serio cientos de dibujos trazados en numerosos cuadernos, con prodigioso vigor creativo.
          —Las obras de los muralistas mexicanos son la gran aportación de los latinoamericanos al arte occidental, según la opinión del guatemalteco Luis Cardoza y Aragón —le comenté, haciendo referencia a las ideas de este crítico de arte vertidas en su libro Pintura mexicana contemporánea (1953).
          —Sí —reconoció—, pero Latinoamérica todavía sigue dependiendo de la visión occidental. Se pinta todavía bajo el concepto dimensional de Euclides.
Se refería a Euclides de Alejandría (325—270 a. C.), quien fue un destacado matemático griego y “El Padre de la Geometría”.
       —Pero el Muralismo es un gran arte: Nacionalismo, indigenismo, el pueblo mexicano en vigorosa imágenes plásticas de arte público. . . —argumenté con insistencia, pues soy un gran admirador de Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco y otros muralistas mexicanos.
       —Hace falta romper las dimensiones tradicionales de las figuras y descomponer la imagen —esgrimió con una visión renovadora—, como los cubistas, como El desnudo descendiendo de la escalera No. 2.
Se refería al cuadro de Marcel Duchamp. Este artista franco-estadounidense creó obras bajo el Dadaísmo durante el siglo XX y pintó la citada obra renovadora en 1912.
          —Como Juan Gris y Pablo Picasso. . . —agregué.
          —Sí, los latinoamericanos no nos quitamos lo occidental. Los chinos pintan con otras dimensiones —señaló el joven dibujante con gran seguridad.
       —Sin embargo, México es tierra de grandes artistas —apunté orgulloso—. Hay grandes pintores: Desde los murales prehispánicos, pasando por los tlacuilos o artistas indígenas de la Colonia, el arte religioso de los pintores novohispanos, los paisajistas del siglo XIX y hasta llegar al prominente siglo XX.
          Se quedó serio. Después, el dibujante cambió su conversación y confesó que vivía bajo la égida de la magia y que en realidad  no le interesaba tener carro ni ser famoso como la mayoría de la gente y los artistas. Comentó en particular que su vida sólo se explicaba como una forma de existir para ser feliz y buscar y buscar. . .
          —Puede seguir sobreviviendo de los retratos que pinta para la gente de poder —le sugerí—. Los artistas siempre tuvieron mecenas y muchos vivieron bajo las cortes de los reyes como el español Velázquez.
          —Sólo quiero dominar el oficio de artista —afirmó con gran certeza e hizo unos trazos en su cuaderno para legitimar su objetivo actual y su talento y volvió a mirar a la gente que pasaba, con suma vehemencia en sus ojos negros y profundos, como si esos carbones encendidos dibujaran todas las líneas y volúmenes en su prodigiosa imaginación: la cabeza, la nariz, los ojos, las piernas, los brazos. . .
  ¿Cuántos dibujos ha hecho en su vida? —le pregunté.
          —Tengo más de trescientos cuadernos y más de tres mil dibujos más o menos —respondió con certidumbre.
— ¿Por qué no publica sus dibujos en Internet? Quizás en un blog. . . —le recomendé.
          —No me interesa ser famoso —dijo con gran seguridad— y no me atrae ni el dinero. Solamente me interesa vivir con magia.
          Tiempo después o tiempo antes, pasaron o habían pasado la artista Nancy Gabriel y su novio otra vez, exactamente por la misma zona del Paseo Victoria y casi por el mismo espacio y en la misma dirección hacia la Calle Tercera, justo por donde los vimos por primera vez. La caminata de ambos novios parecía un acto extraño, como de repetición o de sueño o de alteración del tiempo objetivo de la vida. ¿Pasó esto en realidad? ¿En qué tiempo justo de nuestra conversación había pasado esta segunda ronda de la artista nativa de Torreón, Coahuila, abrazada a su novio otra vez? ¿Era esto parte de la magia de la vida del dibujante? La repetición de esta escena parecía como de película, como una escena arrancada del filme Groundhog Day (1993) de Harold Ramis, en la cual el personaje actuado por Bill Murray vive las mismas acciones laborales repetidas de reportero de la televisión y los mismos repetidos actos de amor por una chica (Andie MacDowell), todos los hechos realizados durante una visita supuestamente temporal del reportero a un pueblo de Pensilvania, donde se celebra la aparición de la marmota durante el invierno.
          —Mire, allí va Nancy otra vez —el dibujante me apuntó con la mano hacia la joven pintora y me sacó de la duda—. Parece como magia: Es como el tiempo que se repite, como si la convocáramos otra vez.
        Más tarde, me regaló un dibujo trazado por él durante la conversación: Un hombre de rostro flaco y músculos prominentes como superhéroe, con un pajarillo en la cabeza.
          Le agradecí mucho su conversación, el regalo de su arte del instante y su “magia”. Sabía que en su cuaderno y en los otros cuadernos guardaba en verdad numerosas “joyas” talladas con su lápiz, como el fiel retrato del pintor jalisciense José Clemente Orozco y otros dibujos que apenas entreví en su cuaderno cuando lo hojeó rápidamente frente a la Plaza Hidalgo, como ocultando sus verdaderos tesoros.
          Al principio de su conversación en el Palacio de Gobierno, me había dicho su nombre una sola vez: “Simplemente soy Adán”. Su nombre era bíblico, como el primer hombre de la tierra, según el libro del Génesis del Antiguo Testamento. No me quiso confesar sus apellidos.
       Ojalá que ese nombre breve de cuatro letras sea el de un artista prodigioso en el futuro aunque no tenga fama o dinero. Prodigioso dibujante ya lo era.
        En el encuentro conmigo ocurrido en 2016, era un joven estudiante de arte y su idealismo propio de la edad todavía lo conducía en la vida por los caminos de la pura creatividad pura.

          Quizás un día Adán descubra que todo arte, ya sea pintura o literatura, también tiene fines utilitarios y productivos y fines culturales y sociales: Vender a un precio y formar la mentalidad de una sociedad. 


EL DIBUJANTE PRODIGIOSO HIZO ESTE DIBUJO EN MINUTOS


TRAZOS VIGOROSOS HECHOS POR EL JOVEN ADAN



ES UN SIMBOLO O UN SUPERHEROE?
ES UN DIBUJO MAS ENTRE MILES ALOJADOS EN CUADERNOS PRIVADOS DEL "DIBUJANTE PRODIGIOSO" ADAN


ADAN DIBUJA POR PLACER Y POR APRENDER EL OFICIO Y YA LLEVA MILES DE DIBUJOS ACUMULADOS EN CUADERNOS Y HOJAS DE CARTONCILLO

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