SABOR DE SALSA EN EL PASEO
VICTORIA DE CHIHUAHUA [CRÓNICA]
ÓSCAR ROBLES
La
orquesta de ocho elegantes músicos toca en el Paseo Victoria y atrae la
atención de una centena de viandantes. Es la música alegre y sensual, forjada
bajo el sol marino y el oleaje del mar. Visten de saco y sombrerito corto de lujoso
fieltro algunos. Entonces, todo el espacio urbano se llena de un nuevo sabor en
la ciudad norteña.
Es música
suave de Caribe, armonías que mueven las piernas espontáneamente. Unos
transeúntes toman fotos de la inusitada orquesta, pues es una verdadera joya
musical que brilla en la calle, en la zona del Café Kaldi y de varias
papelerías. Entonces, el Centro Histórico se inunda de música sabrosa, salsa,
danzón y mambo. Y se llena el paseo de elegancia y ritmo de música de viento.
Hombres de
negro y gris, con chalecos, barbas pobladas a lo Juan Luis Guerra, hombres con sombreros
de fieltro gozan de sus propias interpretaciones en la tarde chihuahuense de
domingo. La mejor elegancia: Música de salsa, ternura de olas marinas para el
corazón, sensualidad pura para el cuerpo, dentro de la áspera ciudad capital
del Estado de Chihuahua.
Los salseros tocan frente al Kaldi y la gente les aplaude
con pasión, les agradece su fresca y dulce música, les pone monedas y billetes
en un estuche de instrumento musical, como a tantos músicos de la calle que pueblan
la zona aledaña a la Plaza de Armas con ritmos norteños, de cumbia y de música andina.
Son cuatro
trompetistas con relumbrosos y dorados instrumentos; un timbalista al fondo; un
trombonista; un saxofonista; y un clarinetista. Es la Danzonera Victoria, nombre que nace del populoso paseo donde ofrecen
su espectáculo musical y se ganan la vida de manera honesta.
Y la
música de salón se desliza sobre el espacio urbano externo y alimenta las almas
deseosas y hasta los pies quieren bailar sobre la calle misma, bajo el frío de
la tarde de domingo de otro invierno más de crisis social y económica en la
ciudad donde se queman todavía los fuegos de una batalla absurda y violenta
contra los malos hijos de Dios y la corrupción crece como la mala hierba.
Qué
alegría, qué alivio, qué nueva savia de ritmos deliciosos corre en las calles
de la ciudad de Chihuahua, a unas cuadras de la imponente Catedral de la Santa
Cruz con sus floridas escenas cristianas y sus geométricas piedras de cantera,
sus santos y tiernos ángeles tallados con finura en los muros externos y con sus
torres señoriales besando el cielo azul, donde se presiente que vuelan los ángeles
guardianes de la ciudad que otrora se llamara la villa de San Francisco de Cuéllar.
Y más allá,
por el mismo Paseo Victoria, una estatua viviente simula ser un extraterrestre con
gracia de actor de filme de ciencia ficción y su cuerpo brilla sus plomos
brillantes y más allá, a un lado del Edificio del Real, un dueto canta una
canción romántica muy cerca de la Catedral de cantera llena de historia.
Nueva
vida, nueva música, nueva gente, renovada, lejos del “mundanal ruido” de la
“otra” música.
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